martes, 9 de agosto de 2016

Martin Scorsese demuestra que para ser un corrupto hay que ser un gran hortera

  Anoche volví a ver esa magnífica película de Scorsese, El lobo de Wall Street. Un DiCaprio excelente muestra una vida de excesos, amparada en la búsqueda del placer más casposo e hiriente al que puede aspirar un tipo que tiene el dinero por castigo.
  La biografía filmada de Joan Belfort que fabula el propio Scorsese nos deja el amargo regusto de una conducta donde la falta de escrúpulos y el esclavismo del dinero condicionan un tipo de existencia basado en el materialismo como enfermedad adictiva.
  Tras los numerosos casos de corrupción con los que nos hemos levantado cada mañana en este país a lo largo de esta última década, no puedo evitar esa vinculación temática y estética de una película cojonuda con una realidad frívola e insustancial. Detrás del personaje de DiCaprio está la tragedia de una infelicidad constante y de una necesidad continua de mostrar la dominación territorial y crematística sobre otros seres humanos. La recreación de orgías, desfases en compras y regalos, así como el exhibicionismo de toda clase de humillaciones y adicciones, no se aleja de esos escenarios de corrupción a los que hemos asistido en nuestro país.
  Algunos imputados y condenados han hecho de su vida una particular película a lo Belfort donde destacaría personalmente la horterada. Para ser corrupto, además de sinvergüenza, hay que ser hortera. Solamente un hortera puede comprar  relojes que pesan como mancuernas y superar su escasa habilidad para seducir gastando auténticas fortunas en prostíbulos donde el corrupto y su séquito de hienas se refocilan con muchachas de la edad de sus hijas, lupanares minuciosamente preparados para horteras avezados en el arte del delito.

Fotograma de El lobo de Wall street, dirigida por Martin Scorsese/ blog.nubelo.com

Muchos ayuntamientos de este país han vivido bajo la herencia del lobo de Wall Street, han despilfarrado a conciencia porque, más allá de la depravación y de su insumisión a las normas, les podía el mal gusto y un afán por ocultar su analfabetismo y dignificar la incultura que arrastraban sus complejos. Marbella, la Comunidad Valenciana, algunos relatos de la biografía de Bárcenas o los vicios previsibles en los que se gastó el dinero de los Eres y las black cards demuestran que, para ser corrupto,hay que ser hortera, un basto íntegro, un macarra que no vale ni para darle palos, que diría mi vecina, la peluquera, de su nuera. En El lobo de Wall Street, Scorsese dignifica al chabacano con un montaje y una dirección sublimes, pero sin que perdamos de vista que, detrás del corrupto, solamente existe la inocencia enferma de un estúpido. Un estúpido, cuyos vicios son predecibles, aburridos, increíblemente caros y llenos de esa sustancia que tanto odio, la falta de originalidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: