domingo, 8 de mayo de 2016

Un tributo: Duermevela, un poemario heterodoxo del desaparecido Eduardo García

  Me cuenta el poeta Ramón Bascuñana,consternado, que ha muerto Eduardo García, a los 51 años, y yo que, apenas lo conocía, salvo por algunos poemas sueltos y separatas, decido leer Duermevela, uno de sus poemarios más significativos, publicado en Visor.
  La poesía de Eduardo García es una poesía torrencial, llena de encabalgamientos y de versos dotados de un ornamento modernista, con un ritmo vertiginoso que, sin embargo, repara en la hondura de las carencias humanas, en la inutilidad del sufrimiento y en una visión paródica de la muerte que no le resta tragicidad y dramatismo a algunas de sus metáforas.
  El barroquismo de Eduardo García no es superficial. No dejo de ver en esta voz la influencia de César Vallejo y de Octavio Paz, porque hay fuerza en el hecho de nombrar el mundo, una fuerza sonora que es trasunto de la energía telúrica que desprende la vida misma, sus entrañas, su vorágine de imágenes donde el poeta no es un mero contemplador: "A lo peor mi sombra se oscurece, se emborrona, se nubla, se amontona, se arremolina en su tiniebla y se alimenta de mi piel y mi voz y mis tejidos, de solitarias glándulas, de túneles calientes, de vértebras y cauces, de órganos simétricos, y mi sombra asomándose a la luz se cansa de ser sombra, se incorpora, se apodera del cuerpo en un descuido, palidece en su nueva densidad, (...)" (pág. 33).

Eduardo García, escritor/ cordopolis.es

  Eduardo García rescata la palabra como invocación de ese mundo abisal y abismal que se engendra más allá de nosotros y después de nosotros. El lector debe recomponer ese sortilegio de invocaciones y, en ese hecho de descodificación, subyace el impresionismo de su poesía, pues el receptor no halla un único mensaje, sino un crisol de experiencias simultáneas que obligan a considerar el texto una y otra vez: "También la piel soñada se remansa en caricia con su tacto de brisa, tan liviano, subterráneo fluir, entretejida transparencia, el vapor de unos labios distantes que se posan como besa el rocío, salvando el horizonte, el eco de sus aguas retumba en las arterias, (...)" (pág. 16).
  Cada uno de los poemas de Duermevela parece un tótem y basta una mirada del dios, una esquirla de su tronco, para crear en nosotros ese poderoso lance entre espectador y mundo, un lance que genera delirios, paisajes surrealistas, enardecidas voces de otro tiempo, que convierten a esta poesía en una clase de vitalismo incesante sobre la propia esencia de vivir. Porque el hombre, en definitiva, es un ser asombrado continuamente por el mundo: "Ser el huésped del día,sentarse a contemplar el rastro de una nube, una fresca corriente,la siembra de la lluvia, sentir enredarse en la mirada, apenas entrevisto, un temblor, (...)" (pág. 59).
  El barroco conduce siempre a esa determinación, a que nada pase desapercibido, a que la envoltura sea más interesante que el propio mundo y así se hace en la escritura de este poeta que nos acaba de dejar.

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