lunes, 1 de febrero de 2016

Aquella vez que el surrealismo fue susurrado por la boca de Christy Mack


  El calor era una plaga en Bourghon. Aquella vez se quitó las rodilleras y también la feroz lencería para que la libertad no fuese solamente un pálpito.

  Christy Mack llegó a la habitación de las adormideras y allí, bajo la leoparda luz, siguió con la lectura del poeta Dadá. Los Hombres Morsa se habían tatuado el nombre de Christy en los bultos sonoros, pero ahora tales detalles no importaban porque la metáfora era la pasión de la voraz mamífera. Todo era claridad más allá de sus aposentos donde nadie hablaba porque la diosa estaba concentrada en la lectura, porque su fibrosa esencia de mujer escualo que es capaz de absorber las energías de cualquier macho alfa estaba dedicada al embelesamiento de la palabra.

  Nada cambiaría nuestra vida, salvo que Dadá infligiera con un adjetivo uno de los mayores castigos de su poesía,la decepción. Pero el surrealismo era tan succionador como ella y el sudor que se evaporaba tras las persianas no correspondía a las embestidas de los machos cabríos contra los moluscos de Christy Mack, sino a esa agua que en la pecera, consecuencia del calor y el tiempo raro, y los tiempos muertos,se consumía como todos nosotros, pretendientes que odiábamos a los Hombres Morsa, pero que queríamos pagar por un susurro surrealista de Christy más adentro de nuestro oído.

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