jueves, 14 de enero de 2016

Inédito II

Toda ejecución es una promesa. 
El fuego que se arrima al hombre no es el culpable, 
sino el áspero viento que seca las briznas en tu boca. 
Antes de ser enterrados, 
merecemos dejar de ser aquello 
que confundió a nuestras madres.
 Nuestros ojos no eran los ojos 
de los hijos benévolos. 
Ni siquiera el aliento que fluía 
de nuestra exhalación 
hasta el visible río, hasta la corriente 
que lenta retomaba el peso de los cuerpos.

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