domingo, 31 de enero de 2016

Existe una generación silenciosa de jóvenes españoles que no son los nini


  Que en España la generación de los nini es ya un problema social que se convertirá en uno mayor en el futuro es un dogma. Muchos docentes lo sabíamos cuando, hace unos años, veíamos que los alumnos sin obtener el Graduado en ESO abandonaban las aulas para trabajar en la construcción.

  Ahora la crisis ha dejado a muchos de estos jóvenes en la cuneta, algunos ya son padres de familia y su modus vivendi es una clase de existencia a base de subsidios y economía sumergida. En los debates electorales se discute alguna vez sobre paro, pero jamás se hace sobre esta generación de jóvenes o ninis a los que el fracaso de nuestra ansiada recuperación ha hecho finalmente invisibles. Muchos de ellos ni siquiera buscan trabajo: la frustración y un aura depresiva de marginalidad consciente los ha conducido a un callejón sin salida.

  Sin embargo, hay otra generación de jóvenes que lucha por sus proyectos personales, a los que la crisis vapuleó, pero que supieron sobreponerse, a los que la suerte y su insistencia en no caer derrotados salvaron. Son los otros invisibles, de los que tampoco se habla en los debates, porque los políticos siguen en sus claustros de asesoramiento hollywoodense y no se atreven a decir que este país no resurgirá de sus cenizas gracias a su gestión, sino al voluntarismo de los funcionarios, al esfuerzo de los pequeños empresarios y a esos obreros, desprotegidos, que humildemente trabajan porque aprecian el don de su profesión y porque lo necesitan en su digna entrega a cambio de un sueldo escaso.

  Estos últimos me merecen el mayor de los respetos, mi mayor devoción porque son los que avanzan, los que arriesgan de verdad, los que viven en la cuerda floja, los que soportan hora tras hora las desventajas de los tiempos, los que callan cuando las televisiones se trufan de corruptos y políticos enchufados, los que miran con paciencia y ganas de bostezar al final del día. Como mi cuñada Laura y su compañero Darío, panaderos y fieles a la rutina de las horas en las que el oficio, aunque parezca mentira, los hace felices del todo.

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