Déjame entrar en tu cuerpo. Nada es distante. Los vencejos trazan un arco de luz. Alguien sufre bajo las sombras del fresno. Las aguas absorben la tierra que contemplamos. Déjame entrar en tu cuerpo para olvidar, para olvidar.
martes, 21 de octubre de 2014
lunes, 20 de octubre de 2014
Deja que todos los nombres
Deja que todos los nombres no signifiquen nada. A lo mejor, tu cuerpo vencido amó alguna vez esas aguas, las de la leyenda, en otro tiempo. No descubras que mis ojos han mirado la ciudad en ardiente conclusión. Las cenizas que pisamos fueron la memoria de nuestros hijos. Los pastos no existen y el cerco de luz que amenaza desde adentro será un confuso velo entre más niebla. No digas nada. El barro nos ha devuelto la vida. Y el sueño.
Laura Zalenga. |
viernes, 17 de octubre de 2014
Menos la luz
Al descender, tu cuerpo. Menos la luz, callan los animales.
Las sombras se acostumbran al vacío de los caminos.
Hemos perdido los símbolos que tanta felicidad nos concedieron.
Estamos solos, desnudos. La palabra no es necesaria.
Las olas dejaron de existir. Estamos solos.
Al descender, tu cuerpo y el pájaro que surge.
jueves, 16 de octubre de 2014
¿Por qué me gusta tanto Calle de las Tiendas Oscuras?
Mi reseña en Mundiario sobre Patrick Modiano.
Leer más...
Patrick Modiano. |
Su prosa tiene identidad propia. Su estilo es reconocible. Su mundo
es siempre el espacio de la memoria y también el del olvido. Novelas
como Calle de las Tiendas Oscuras producen ese efecto de
incertidumbre que el lector necesita para permanecer absorto en una
lectura donde los vericuetos de la historia y sus imprevisibles
paradojas nos adentran en la búsqueda incesante de esas verdades ocultas
que tan solo las manifestaciones artísticas son capaces de invocar.
Calle de las tiendas ocuras es una novela moderna porque el
lector debe involucrarse y decidir qué camino tomar dentro de la
evolución de una historia enigmática donde un hombre indaga sobre sus
orígenes; un hombre que no recuerda quién es. Una escritura fragmentada,
concisa, que precisa del plano cinematográfico más que de la minuciosa
descripción, convierte ese tono narrativo en una interactiva propuesta
en que el lector debe atar los cabos de un relato al que mueve la
intriga y una pregunta inicial de la que surge el desarrollo narrativo:
"No soy nada. Sólo una silueta clara, aquella noche, en la terraza de un
café" (pág. 9).
La literatura de Modiano es una literatura de concisión, que recuerda
al mejor Hammet y a la magistral sobriedad de Salter. Nada es azaroso
en su relato. Las descripciones son escuetas, breves pincelades de
espacios urbanos con la intención de que el apego a los matices de lo
sombrío dominen el ánimo descorazonador de todos sus personajes: "Había
dejado caer la cabeza en mi hombro y el pelo rubio me acariciaba el
cuello. Llevaba un perfume con un toque especiado que me recordaba algo.
Pero ¿qué?" (pág. 27). En la prosa de Modiano siempre encontraremos ese
efectismo, pero con una depuración formal donde cada frase contiene un
microcosmos que intuimos a traves de una sintaxis sencilla y
esquemática. Porque el autor sabe que en novelas como Calle de las
Tiendas Oscuras es más importante la omisión que la apariencia: "Un niño
jugaba solo, tranquilamente, delante del montón de arena, en aquella
tarde soleada que estaba acabando. Me senté cerca del césped y alcé la
cabeza hacia el edificio, preguntándome si las ventanas de Gay Orlow no
darían de este lado" (pág. 69).
Todo parece sencillo en Modiano, pero todo es confuso para sus personajes. En Calle de las Tiendas Oscuras
el deslinde entre realidad y alucinación apenas existe porque la marca
de su escritura es la necesidad de que el lector descifre lo acontecido,
deshilado poco a poco a lo largo de las páginas hasta que el personaje
sabe quién es y esa respuesta a veces puede ser terrible. Los hombres y
mujeres que aparecen son meras encarnaciones de un recuerdo, esbozos que
se consumen en la noche abisal de París. Abisal por sus oscuros
relieves, acentuados por la tenue luz de los interiores bulliciosos de
cafeterías y moteles. Abisal por la intranquilidad de miradas que
recelan, de averiguaciones que conducen a callejones cada vez más
estrechos.
Hay luminosidad en esas frases sencillas, pero también una atmósfera
claustrofóbica que nos obliga a estar a la espera de una nueva acción
que cambie todo en el destino de los protagonistas y, por supuesto, en
el nuestro, si estamos de acuerdo con Borges, citando a Mallarmé. El
mundo existe para llegar a un libro. "No podía por menos de mirar la
portada de la revista. Denise parecía algo más joven que en las fotos
que ya tenía (...). Al fondo de una de las habitaciones, divisaba un
armario de madera oscura" (pág. 123).
--
Nota: Citas extraídas de la edición de Anagrama, Colección Compactos, Barcelona, 2009.
miércoles, 15 de octubre de 2014
Cuando leemos un libro morimos porque la realidad que somos deja de existir
La literatura es sonambulismo, la
inercia de un tiempo que queremos próspero y al mismo tiempo desafiante.
Cuando leemos, morimos porque nuestro entorno, en el que nos movemos y
respiramos, ya no existe, sufre la pérdida de nuestra injerencia para
participar en la encrucijada de signos que nos sumen en otra realidad
más fiable y predecible, delatada conforme consumimos las páginas.
Lo impredecible en la literatura ya está
escrito y así el mundo que nos rodea nos parece, al regresar de nuestra
hipnótica liturgia, más irreverente y apasionado. Lo común en
literatura es sobrecogedor en la prosa de Virginia Woolf, por ejemplo:
"Me gusta oír el suave murmullo del ascensor, el sordo golpe con que se
detiene en mi descansillo y los viriles pasos de responsables pies a lo
largo de los corredores. Y de esta manera, en méritos de nuestros
esfuerzos aunados, mandamos buques a los más remotos confines del mundo,
buques repletos de retretes y de gimnasios".
La vida nos parece desesperante porque
no está delatada de antemano; su final es tan azaroso como su origen
inexacto. En ese trance, no somos conscientes de que perderemos esa
esencialidad donde la vida deja de ser vida cuando la literatura se
inmiscuye en nuestra experiencia. Nada quedará cuando hayamos cesado de
transigir; la vida no es eterna y la literatura, tampoco. Se extinguirán
con nosotros fragmentos de Camus y todo seguirá hacia delante en la
oscura atracción de energías que emanan de las estrellas: "El agua caía
de las cataratas del cielo, lavaba brutalmente los árboles, los tejados,
las paredes y las calles polvorientas del verano. Barrosa, llenaba
rápidamente las cunetas, gorgoteaba ferozmente en los sumideros,
reventaba casi todos los años del alcantarillado y cubría las calzadas,
se abría frente a los coches y los tranvías en dos alas amarillas bien
perfiladas. En la playa y en el puerto el mar mismo se volvía barroso".
Quieres sexo a orillas del Danubio, Nikki Benz, mientras la lluvia escampa
No quieres que acabe mi tesis sobre los
adjetivos en la prosa de Albert Camus porque solamente te interesa mi
dinero y los reflejos sobre la superficie de las estancadas aguas. Los
lobos que alquilamos han sido adiestrados durante estas dos últimas
semanas. Los vecinos de North Island veneran tu cuerpo de muñeca, Nikki,
y es extraordinario que sigas luciendo esos escotes y que hayas dejado
el tabaco. Las ventanas tiemblan tras la muerte de la Osa Mayor y todo
lo que observamos desprende un halo apocalíptico.
Pero lo importante, Nikki, Nikki Benz,
es que sigas obedeciendo al vicio, que tu desnudez, más impura que la
ceniza, no descarte mis preferencias literarias. Estamos hechos el uno
para el otro y el tótem que me regalaste por mi cumpleaños lo usas como
un objeto sexual que vas erosionando poco a poco. Todo aquello que tocas
y besas se consume porque tus labios no pertenecen a este mundo, fueron
fabricados para la succión, para recitar a Shakespeare mientras la
lluvia escampa, mientras los violines se desgastan lejos de la costa.
Echas de menos el Danubio, sus cormoranes azules que aparecen tras
nuestra ingesta de amapolas.
No dejes que esa gente que camina por
tortuosos senderos, por calles hacinadas de maleantes y traficantes de
plomo, se fije exclusivamente en tus pechos. Eres una imitación de
diosa, la descansada vida que un hombre como yo, sin dinero, necesita
cuando enciende el ordenador después de una agotadora jornada de
trabajo. No vuelvas con los coyotes ni con las personas corrientes.
Ámame y luego llévame hasta Jericó.
Regresas y los pájaros se funden con la niebla que improviso al escribir
Los pájaros se funden con la niebla que improviso al escribir. Nacemos de la turba. Nuestros padres se bañaron en las limosas aguas de los arroyos. Ahora que descansan bajo la piedra solar, tengo miedo a que en mí se repita el mismo tránsito. Los bosques quiebran sus ramas cuando abandono el camino. Nacemos de la turba, pero no tenemos origen. Somos la resonancia de un fragor incalculable. Los nómadas ya no me reconocen y las fangosas raíces se ahogan en aguas desafortunadas.
Mis huellas sucedieron antes de que yo caminara de la mano de mi padre. No hay origen, sino el transcurso de un reflejo momentáneo. Desaparecemos con el mismo afán con el que alguien emergió para darnos la vida. No quiero la compasión, sino que regreses junto a mí para acabar esa conversación sobre la pesca de las lubinas. Las ramas son extraídas de la luz y lo que se agota en lo oscuro no es otra cosa que la sombra que ahora ocupa estas líneas. Me vencerá y el cansancio, sin embargo, habrá merecido la pena.
La literatura es un trance, la literatura es evasión, la literatura es condena...
Los griegos asociaron en algún momento el ejercicio de escribir al pharmakón,
una cura, un trance, una estrategia, sin duda, para encontrar los
orígenes de la materia y, en esa búsqueda, la serenidad de tanta
incertidumbre cuando la realidad es perpleja y asombrosa.
La lectura, como la escritura, regresa a
esa inconsolable necesidad de imaginar más allá de nuestra experiencia,
porque lo percibido, para sentirlo y asumirlo en su inabarcable
plenitud, necesita ser nombrado, restituido nuevamente bajo otra
apariencia. La máscara es el verdadero rostro de la realidad y nada
puede corregir ese destino que nos ha permitido sumergirnos en páginas
sobrecogedoras.
La escritura es la distancia con otros
hombres, la lucha contra uno mismo, lejos de la comunidad, para luego
volver al refugio, a la tribu y delatar que no todo es tangible, sino
que el hombre necesita la paradoja para sobrevivir, el estigma de la
ficción para que la vida sea una vida consciente e inédita. Al final,
todo lo que leemos, todo lo que escribimos, es una lucha de contrarios,
una línea de fuego en el horizonte que, al traspasarla, nos entumece y
nos aisla. Lo que se revela en los libros se alimenta del mundo porque
no aceptemos el mundo ni nuestra fragilidad, y deseamos ser
invulnerables, eternos, ser el otro en una galaxia imparable.
Todo queda reducido en esa defensa de Jabès: "Desprenderme de los muros,
liberarme del torno. Dejar que florezca mi sangre".
martes, 14 de octubre de 2014
Sexo y libros
La ex actriz porno Sasha Grey escribe La sociedad Juliette
La jugada siempre sale bien. Son muchas las actrices porno que, como
Lisa Ann o Jenna Jameson, publican memorias y relatos, contribuyendo así
a consagrar su leyenda particular de divas del onanismo. Grijabo
publicó en 2013 la novela de Sasha Grey, La sociedad Juliette,
con el fin de crear un aura de malditismo intelectual en esta ex-actriz
porno que ha comenzado a hacer también sus pinitos en el cine
independiente.
La novela es destacable por su lenguaje aparentemente novedoso, rompiendo con las noñeces sentimentaloides de las 50 sombras
cuando explica, con una estructura caótica y espontánea, que el porno
es una forma de sublimar experiencias ordinarias que nos defraudan y nos
someten. No creo que la novela haya sido escrita por la actriz, pues
hay momentos brillantes en algunos párrafos que requieren mucho
adiestramiento literario, pero sí es creíble que Sasha Grey haya
aportado mucho a la visión poliédrica del sexo que domina el relato,
pues el hardcore, el sadismo y la sumisión en las relaciones
convencionales dominan el relato.
La protagonista y su compañera Anna son atraídas hacia una logia que
busca en la promiscuidad, en la tortura y en determinadas parafilias un
lenguaje de hermanamiento. La novela destaca por su tributo continuo al
cine de la contracultura como El último tango en París, de Bernardo Bertolucci, o Repulsión, de Roman Polanski. El argumento refleja, además, la herencia dionisiaca de Eyes wide shut,
de Stanley Kubrick, o del cine de Tinto Brass. Sasha Grey se detiene en
minuciosas descripciones a propósito de la erótica de los cuerpos que
convierten el acto sexual en un lenguaje inefable. Pero ni siquiera lo
instintivo es capaz de convertirse en ese reducto de privacidad
necesario en un mundo de alienación, propaganda y mala, muy mala
literatura.
La novela, sin ser una gran obra, rompe con los moldes edulcorados y
sin malicia por los que apuestan actualmente muchas editoriales. El
problema es que la novela de Sasha no se aleja de ese culto machista que
profesa la propia mujer occidental para complacer al hombre. La
experiencia de la actriz se queda en la diversidad de posturas y de
formas para invocar el placer, pero, en ningún momento, asistimos a una
visión feminista y rupturista con los prejuicios culturales en torno a
la mujer como mujer sumisa y reposo del guerrero. Pero, bueno, por algo
se empieza, Sasha.
"El ogro tiene la boca completamente abierta, como si gritara o se
riera, no sabría decirlo. O quizá simplemente se esté riendo a gritos
por algún chiste que sólo el entiende. El ogro me mira, se ríe de mí,
como si hubiese reconocido a alguien que no perteneciese a este
lugar.(...) Vacilo entre la ansiedad y la determinación; ojalá Anna
estuviera aquí. Pienso: ¿Qué haría Anna? Pero ya conozco la respuesta.
Nada de esto la perturbaría. Saltaría adentro alegremente, porque para
ella cada experiencia es una nueva aventura, un nuevo desafío, una nueva
frontera que cruzar. El sexo murmurante me habla. Dice. "Entra". así
que lo hago" (págs. 268-269).
Nuestra muerte también ha sido escrita
Deja que los cuerpos acaben por
desaparecer. La escritura no persigue la trama. Todo ha sido escrito
anteriormente cuando la luz fugada se abrió paso entre la fronda. Las
granadas, los rastrojos y los hollados huertos existirán después de
nosotros y, en tus manos, no habrá más asilo que la tierra. Nada de lo
que habrás escrito será eterno. Los soles se enfriarán y las galaxias
que nos acogen serán desguazadas tras su expansión.
Nuestra muerte también ha sido escrita.
Las olas son difusas y cada partícula suspendida en el haz de luz ha
pertenecido al núcleo de una estrella borrada en un tiempo
incomprensible. Los chamanes nos aguardan tras la cortina de lluvia. Han
untado nuestra frente con sangre y, ahora que somos versículos de este
mundo quebrantable, no nos queda otra elección que sumergirnos en las
aguas.
Los lodos avanzan tras las huellas del
jaguar y el cielo no es el animal inquieto que anunciaron los dioses.
Tardamos en abrir los ojos bajo la claridad y aquí, en este instante,
las palabras sugieren hasta extinguirse como las ondas en el interior de
lo vivo.
jueves, 9 de octubre de 2014
No veas más cine mientras un perro se coma a tu madre en una calle de Baltimore
La actriz y modelo Sasha Grey. |
No he querido incomodarte, Sasha. Big Fun
es un disco sublime y los sonámbulos que acompañan a sus lagartos
domesticados hasta el parque no son bienvenidos a nuestra casa. Pero tú,
como diosa indispensable para tantos poetas, quieres conocer a los
extraños, a los que roban sonajeros y ropa para bebé en los
hipermercados.
Miles Davis camina sobre el alambre en
sus primeros discos y, aunque nos emocione escucharlo, no es motivo para
que el fin de semana lo perdamos entre esos efluvios hipnóticos donde
el maestro da todo lo que puede. Porque sucede así. Llega el viernes por
la tarde, te colocas tu camisa, Sasha, y el mundo de los mortales deja
de interesarte, salvo esos extraños que pasean con sus varanos y
cocodrilos por todo Baltimore. Cedes todo tu talento a Miles, tus
umbrales de percepción quedan anulados por esa hiperexcitación y estás
lejos de mí, ausente del verbo y de la carne.
Me cuenta Marcel, el joven que vende
soma en el aparcamiento, que un perro devoró a tu madre ante tus ojos.
Pero no te alteraste, te limitaste a presenciar la escena, a sacar el
revolver de culata pulida y a disparar sin tino porque aún estabas bajo
los efectos sedantes de Big Fun. Un drama. Pero qué se le va a
hacer. Busca en tu interior como hacen los cirujanos con los lisiados y
los heridos. A lo mejor te sorprende lo que encuentras. No espero mucho
de ti. Que me des placer, que no veas más cine francés y que apuestes
por Brown Dawn en la próxima carrera. Deja que la prosa fluya, que mi
escritura te destruya y que el perro devorador de madres duerma el sueño
de los justos. Mil abrazos, Sasha.
Rodolfo Fogwill, la chica punk, la escritura y el bar de las calaveras pulidas
Rodolfo Fogwill. |
Sobre la una me encontré con Fog en Las
calaveras. Había sorbido la mandrágora del fondo del vaso y parecía más
consciente todavía de la realidad que lo asolaba. Lo estreché y sentí
ese temblor primitivo que lo caracteriza y que propulsa su escritura
automática, siempre tan desafiante. Hace rato que estaba pensando en la
chica punk, fijando su mirada en otra joven que bebía con amigas. Estaba
sentada al fondo y Fogwill, clarividente y extasiado, me acompañó con
un tewi y su verbo fácil.
Me dijo, valiéndose únicamente de
oraciones simples y atributivas, que la chica punk se parecía mucho a
esa china que brindaba con las otras chinas lejos de la barra, que había
un punto cárdeno en el escote de aquella virgo que le recordaba al
Aleph, de Borges. Como si en ese hueco se juntaran el cielo y el
infierno, el puerto y la península. La observé con detenimiento y su
piel enrojecida por alguna virtud congénita o por esa viva luz que se
filtraba a raudales era apetitosa, tan apetitosa como indecente.
Le respondí, tragando ansioso, que la
piel de la piba ciertamente era como la escritura del propio Fog,
cautivadora e inclemente con los sujetos. No le gustaban demasiado los
cumplidos, pero, a todo escritor le gusta que le doren la píldora.
Fogwill se echó a reír y se marcó un estribillo de una canción para
afirmar que todo lo que vemos es tan artificial como accidental, que la
realidad es una mentira voraz, que la china y sus amigas existían como
existen los dragones y los buenos novelistas. O sea. La china era tan
falsa como la honradez de un congresista, un efecto hipnótico del que yo
también me había contagiado.
Le insistí en que la chica estaba allí
de veras, con su cuello de garza y sus labios gomosos, capaces de
derribar a cualquier macho con una mera insinuación succionadora.
Fogwill se quedó perplejo; anotó algo en su servilleta con un lápiz
marrón que sacó de algún bolsillo de su trenca. La china se levantó a
fumar y yo la seguí con la mirada mientras Fogwill escribía
incesantemente. Le dije que se perdía lo mejor; unos andares de jamelga
indomable que nada envidiaban a los de la chica punk y él me pasó
entonces la servilleta para desparecer unos segundos más tarde sin
pagar.
Leí con calma lo que había escrito y
sonreí. No había escrito nada el pufo. Había dibujado un pene y a un
enano. Firmó Fog y entonces el telón de la realidad se fundió ante mis
narices. Comenzó a llover afuera y los camareros salieron a recordar qué
era aquello de la lluvia después de tantos meses de sequía. Seguro que
el negro era el color favorito de aquella china que regresó al mundo de
los vivos con intención de conquistarlo.
Visiones literarias sobre la modelo y cosplay Marie Claude Bourbonnais
Basta con que cruces esa línea blanca
para que los minotauros y otros seres medianamente urbanos aparezcan
ante tus ojos con ganas de hacerte reír. Las madres que tuvimos no
descansarían hasta vernos juntos, pero la vida aquí es otra cosa y el
ultraísmo, como el Orfidal, ha hecho mella en nuestras vidas, un estigma
supurante, Marie Claude, que aspira a convertirse en un daño
generacional. Las familias que se reunen en Los Cobres han dejado de
alimentar a los gatos. Ahora meten la cabeza en los contenedores
buscando versiones de las obras de Pynchon. Sabes que los embalsamadores
aprecian ese género y que hay tanto amor furtivo como cazadores
inquietos detrás de la barra.
No sabes si seguir hasta el final
conmigo, Marie Claude, pues consideras que cada utensilio tiene su
obsolescencia y la carne, mi carne, no como la tuya que siempre se luce,
se va pudriendo como esas vísceras del descampado. Hasta la policía
dudaba de si pertenceían al anciano de Lorrain que cruzaba las avenidas
contando sus propios pasos de muerte. El anuncio de las patatas fritas
se te ha subido a la cabeza y ahora caminas sobre las nubes y miras a
los demás, especialemente, a mí como si fuésemos sardina o harina de
otro costal. De nada me ha valido enseñarte los recursos literarios del
ultraísmo. Acuérdate bien que yo elegí el top para ese cartel y que,
hasta Aznavour, quiso dedicarle una canción. Sí, has cambiado la
historia de la publicidad y le has metido el miedo en el cuerpo a todas
esas lolitas que se desnudan mientras recorren la ciudad con sus patines
de propulsión.
Luchamos contra el silencio de las
rocas, contra la oscura vertiente de los ángulos en algunas arquivoltas
soñadas. Luchas contra mí porque te excita verme sufrir, como si ya no
tuviera suficiente con la escritura, Marie Claude. He de confesarte que
yo no soy el que acostumbras a ver y a tocar, no soy el octavo pasajero
que se ensimisma en los intestinos, sino el anciano de Lorrain que acaba
de resucitar para contemplarte mientras el resto del mundo come tus
patatas fritas.
Mi último encuentro con Julio Cortázar: destierros de un escritor frustrado
No me ató a la pata de la cama porque,
en el fondo, amaba mi pulcritud y las formas simétricas de mis órganos
internos. Nunca aprendí a fumar como lo hacía ella, Julio. La ceniza era
reveladora sobre el cenicero, una metáfora espléndida de las estrellas
que nacen más allá de la estratosfera. La Maga no se deshizo en halagos,
sino que colocó el ratón muerto sobre la mesa para que yo contemplase
la belleza de la descomposición, para que mi escritura girara hasta
Baudelaire.
Solamente así tendría escapatoria, cuando mis poemas se parecieran a los de Las flores del mal.
Observé el animal muerto, sus anomalías en la carne tras ser
atropellado. La Maga encendió el primer cigarro y aspiró con denuedo,
mostrando en sus ojos la ira contenida de cualquier hembra espartana que
acepta la marcha de su hijo a la guerra. No supe qué decirle. Pensaba
que el modernismo era una vía de escape que a ella le complacía, pero no
fue así.
Después de arrojar al roedor contra la
pared del fondo, confesó que existía más poesía en el vientre de una
ballena que en esa arrogante forma de mirar el paisaje como si todo
fuese etéreo y ebúrneo, como si las princesas y las odaliscas que ella
había conocido necesitasen una urna de cristal donde cobijarse. Las
odaliscas, matizó, solamente quieren dinero y abrigos de nutria con los
que andar por casa. El cielo se desgajó, Julio, en nubes rojas al otro
lado del muro y, por primera vez, dejaron de salir conejos de los
grifos, lo que me produjo una pena incurable.
El mundo muere de realismo y cada fin de
semana un quinceañero deja de jugar con sus figuras de hojalata para
fijarse en su propia Maga. La rata flotaba sobre nuestras cabezas y los
planetas giraban a nuestro alrededor, conscientes, de que mi poesía
habría de cambiar el destino de los hombres radiactivos como ella me
había reclamado violentamente.
Las puertas de las cafeterías se
blindaron aquella tarde porque la plaga de termitas y anarcas no
tardaría en llegar al centro. La Maga abrió su boca y comenzó otro
capítulo en mi vida, como si la rayuela formara parte del juego de los
átomos. Insomnes cronopios empezaron a titubear en la cancela del
apartamento y la rata volvió a la vida sin prisa, empujada por el
optimismo de famas. La Maga y yo decidimos que moriríamos una década
después en el museo, donde Rothko dejaría su impronta en nuestro último
recuerdo.
La niebla y la literatura: el escritor es un ciego que mira con ojos de perro
No se puede pesar la niebla como tampoco
se puede describir todo cuanto es percibido, todo cuanto se imagina
tras los umbrales de la noche. La palabra es incompleta y los sueños se
olvidan al cabo de los meses. Nada puede ser reconstruido, nada puede
ser codificado en un mero signo. El incendio es más destructivo que la
invasora expansión del bosque.
El incendio y la germinación son
fenómenos admirables, en algún momento comprendidos, pero que en el
signo quedan reducidos a cenizas. El paisaje de las cenizas es
sobrecogedor y estimulante como el vacío que rodea a los poemas; lo que
queda por escribir, lo que no es asumible por el lenguaje, es más
tentador que lo visible.
Los glaciares son erosionados por
corrientes de agua caliente. Las palabras que pronunciamos son borradas
por otras que las suplantaron hace siglos. El escritor es un ciego que
ve con ojos de perro, escribió en boca de Don Chepe, Miguel Ángel
Asturias.
Aceptamos el engaño para seguir sobreviviendo en este invierno inmóvil que nos entumece cuando creamos.
No quedará nada de nosotras bajo la sombra de estos tilos
No quedan rastros de otros seres
fabulosos. Las palabras son un reflejo de lo que alguna vez quisimos
escribirnos la una a la otra. No hemos sido sinceras porque las palabras
son otras máscaras que han censurado nuestros sentimientos y nos han
relegado a esta enfermiza melancolía.
Es inútil el miedo cuando los cuerpos
que rozamos dejaron de ser una frontera entre la vida y los recuerdos.
No he querido que confundas la luz con los fondos barridos por las
corrientes donde los cadáveres de fosforescentes criaturas acaban por
extinguirse. Hace años que la nieve no cae masamente sobre nuestros
párpados.
Ayúdame a seguir en esta realidad, en su
turbia consistencia, bajo el tilo donde me besas con pudor. Las aguas
también envejecen y la claridad surca el joven arco de tu espalda. Deja
que mi mano acaricie la tuya y que las garzas fluyan hacia la lejanía.
Debemos re-accionar para que, por primera vez, nuestras bocas presientan
el abrazo del aire antes de fundirse.
Un fragmento de eternidad, orfismo y poesía en la obra de Gregorio Muelas
De nuevo, como sucede en esos momentos de soledad en los que el
lector se refugia en los textos para buscar maneras de conocer la
realidad más allá de un discurso ordinario, sobrecoge la transgresión
que el lenguaje, con su versatilidad, es capaz de lograr. Lo que se
revela es un conocimiento simbólico que, para G. Durand, por ejemplo, no
está reñido con lo racional. En el caso de la poesía de Gregorio Muelas
Bermúdez y su poemario Fragmento de eternidad, editado por Germanía, nos vemos abocados a esa tensión que señala Durand.
Por un lado, sus versos nos sumen en paradigmas oníricos, propios de
ese lenguaje cifrado que el autor ha trabajado duramente desde
disciplinas como la música: "Nada/ me hiere más que una mirada
indolente,/ que un silencio, que un adiós. Pero sé que todo es final,/
que todo se acaba,/ que sólo existen los instantes/ y que cada
instante,/ cíngulo del tiempo,/ es un fragmento de eternidad" (pág. 15).
Por otro lado, asistimos a esa eclosión de sentimientos que se mueven
entre la nostalgia, la evasión de este mundo o sombra del paraíso,
siguiendo a Aleixandre, y una inquietante búsqueda de nuevos mundos en
los que inspirarse para soportar la propia existencia: "El ayer que
parecía olvidado/ retorna con cada nota apenada, qué lenta y serena
melancolía" (pág. 28).
Lo que me atrae de su lírica es esa heterodoxa expresión donde lo
lingüístico y la música quedan a merced de la voluntad de un poeta que
convierte la elegía en una visión puramente instintiva, como si una
perpetua nostalgia se apoderara de su ser y su escritura fuese la acción
de un espíritu que redunda en una visión del hombre en continua lucha
consigo mismo. Un hombre que ha de deshacerse de los dioses y de las
ataduras de las convenciones para aspirar a ser integrado en un adánico
concepto de sí mismo, resuelto para prosperar en la dicha, aceptando sus
limitaciones y confiando su felicidad a la palabra que explica el mundo
y lo purifica: "Después de Auschwitz/ se escribe poesía/ para decir con
eco inextinguible/ que la muerte no es la única salida" (pág. 42).
El orfismo conmueve en su forma de asumir la naturaleza y de recrear
los espacios como pharmakon, como sanación. Asume Muelas la labor
chamánica de la música y del verbo para producir un lenguaje rico en
adjetivación, cercano a la estética de los novísimos, a unas metáforas
que no renuncian al clasicismo y que declaran ese sentimiento de
zozobra, de inconformismo, ante un mundo detenido en el hastío y en la
destrucción de sus semejantes: "Arcángel negro que haces del olvido/ tu
vil arma para tiranizar/ al hombre, que azorado y disciplente/ clama a
la eternidad enfebrecido/ ante una torre erguida para izar/ tu enseña
con crespón, onmipotente". (pág. 20).
Existe a lo largo del poemario una sensación de frustración ante la
vida, de continua sensación de pérdida de instantes que jamás
regresarán. Esa sensación se contempla con los ojos de una mortal
existencia, porque es evidente que el ser humano no es consciente de su
fragilidad, de la brevedad que comprende su propia vida; solamente la
escritura, ese canto desconsolado que Muelas Bermúdez encona, procura
que esa biografía sea asumida desde la intensidad, no como placer, sino
como conciencia del existir, como amarga y al mismo tiempo dichosa
percepción de la muerte. Un final que en su imprecisión, en su misterio,
juzga si nuestra vida ha sido derrota o definitivamente un fragmento de
eternidad: "Nada, salvo el tiempo, me da miedo/ y desde el desasosiego/
de los días que se marchan sin remedio/ quiero soñar con amor,/ aunque
mis manos se queden frías/ y vacías/ después de tanto esperar/ a que la
vida desentristezca/ los ridículos recuerdos/ que el corazón no supo
olvidar". (pág. 43).
Impresiones sobre un camino que he recorrido con mis hijos al atardecer
Hemos cruzado el umbral y la arena ha
llenado los depósitos. El óbolo cayó al vacío y las hogueras prenden en
las cumbres. Has comprobado que los zorros se sumían en la oscuridad que
palpita tras el cáñamo. Mis hijos me cogen de la mano y el sendero no
concluye. La casa de las gaviotas está sospechosamente encendida. Una
serpiente ha dejado su muda entre los rastrojos. Uno de mis hijos prueba
el bocado de sangre y las cenizas se convierten en brasas.
Los hombres que adiestraron a estos
caballos enfermos han emigrado a tierras prósperas. Eran los tiempos
hermosos de las cosechas. Ahora que la luz se apaga y nos cuesta
respirar, mi hijo más pequeño me acerca la llama. Le tiemblan los dedos.
Cuando soplo, la llama sigue viva. No estoy contigo ni con nadie,
aunque pueda caminar despacio. No estoy muerto. He querido que mis hijos
viesen mi rostro consumido, su lívido reflejo sobre las aguas. ¿Qué me
aparta ahora de la muerte? No eres digno de que entres en mi casa así
que los perros persiguen la sombra que se pliega en otros caminos
colindantes.
No hay más eco que este fuego recién
incendiado. No basta que mis manos intenten recoger más frutos podridos.
La noche nos ha consagrado a aceptar la pérdida.
miércoles, 8 de octubre de 2014
Cuando Lisa Ann y yo conversamos sobre la decadencia inexorable del dadaísmo
Lisa Ann. |
Joder, Lisa, qué le ha pasado a los
lenguados. Estaban vivos anoche y ahora los encuentro chamuscados en el
centro de una fuente de porcelana.
Tu cocina y tu sexo son automáticos como
esta escritura que elaboro para ti. Odias el dadaísmo y a los príncipes
azules. Te gusta ensuciarte y que algunos participios estímulen tu
libido. Sueñas con ogros, con la limusina de Cosmópolis y con en ese
espantapájaros que representa al amable torturador junguiano que
necesitas para elevarte desde mi pelvis.
Las cosas podrían funcionar de otra
manera, pues podríamos ser más simples, mecánicamente perfectos, sin
aristas, con una personalidad que abuse de las estructuras de oración
simple. Pero no es así, nos gustan los recovecos, ensimismarnos con la
quinta de Mahler, Lisa, Lisa Ann, mientras bailas despacio, sin el
deshabillé, encima de la barra.
Las gaviotas mueren en las cornisas y,
en los jardines donde vagan los jubilados y los galgos, los fresnos
desaparecen en la noche por combustión espontánea. Tu cuerpo se abraza a
la oscuridad del mío y tu lengua bífida busca en mi oreja los versos
que escuché hace años de la boca del propio Dylan Thomas. Una
experiencia mística como ese café junto al chamán de la tribu, Buk, el
anciano manco que canta en el metro y lee las manchas de humedad. Pero
nada de eso cambia mi afecto hacia ti, tu memorable cintura de criatura
proteica que se adapta a todos los relieves y se transforma en la más
increíble trepanadora de sueños.
Porque solamente imagino tu rostro bajo
la ceniza de los recuerdos que me han traído a este escritorio. Lo que
escribo es porque tú me guías con tu hilo invisible hasta un recóndito
desenlace y el laberinto imparable de esta ciudad, a las afueras de
Baltimore, está lleno de cazadoras furtivas que me desnudan con la
mirada. Algunas son preciosas muñecas fabricadas en clínicas domésticas.
Hablando de otra cosa: no pienso devorar esos lenguados y el aparador
que trajeron los enanos esclavos me parece demasiado neorromántico.
Porque tú odias lo romántico y lo neo. Te va el corsé, el látigo y ese
gel con el que nos protegemos de las picaduras de las medusas.
Ningún pensamiento de muerte puede ser tan ofensivo como los propios recuerdos
Que tus manos nos evoquen nuevamente en ese poema de Paul Celan. Que
tus ojos reposen sobre este trazo interrumpido. Alguien ha escrito
"herida" en la piel de mis muñecas. Que la letanía del río suceda a cada
uno de nosotros. La voz, sola y última, perdure más allá del árbol.
Ningún pensamiento de muerte ha sido tan ofensivo como ese recuerdo que
evoco junto a otros enfermos. Nuestras manos atraviesan el muro blanco y
los pájaros, ausentes como en otro tiempo, podrían ser esas briznas que
desprenden suavemente los tilos. Paul Auster está conmigo.
Buscamos en la nieve las huellas de los ancestros, pero todo ha
concluido tras la mirada que alcanza el incendio del crepúsculo. Las
aguas del río enfrían tu pecho y vivimos tras la escasez de luz. No
sabemos por qué vivir en esta inalcanzable orilla. Los otros nos han
mentido. Nuestros cuerpos no son hermosos y merece la pena esperar. La
muerte es la arena que cubrirá nuestra boca y el hilo de claridad será
suficiente para que no luchemos de nuevo.
Conviviendo con el mundo de Solaris
Cuando Tarkovsky cambia nuestra vida
Los recuerdos soberanos han gobernado la
nave. Solaris es una frontera que divide la realidad de otra más
maleable, quizá aún más verdadera. No importa ya ese pensamiento mudo.
La novela de Lem es una inmersión hacia los orígenes que, en otra vida,
se tramaron para que todo fluyera en esta existencia con lentitud, con
sonoridad.
La mujer abandona mi cuarto. La vi morir
hace años cerca de mí. Los aposentos alguna vez ardieron y el extenuado
perro camina por una cornisa hacia la niebla que se sumerge en el
oleaje de explosiones solares. No soy un visionario. No soy el hombre
que come con las manos y descansa sobre el lecho de paja. La mujer
entierra todos mis sueños con un mantra sigiloso y la nave avanza hacia
derroteros inescrutables. Tarkovsky dirige su obra maestra para que el
arte nos incluya en su maremágnum de estímulos y de pérdidas. Porque, en
verdad, hemos perdido demasiado viviendo en la aceleración, en la
desenfrenada incandescencia que progresa más allá de nuestros ojos.
La ciudad nos ha destruido. Busco al
chacal que vaga por las carreteras. Solaris me aguarda para morir.
Solaris es la esfera donde mis pensamientos más elementales desembocan.
El espacio existe en mi interior. Las estrellas y la antimateria son
otro sueño que provoco en el lecho mientras mi pulso decrece y los
hombres con cara de gaviota me sumergen en el plasma. Las palabras son
invenciones. Las palabras no necesitan ya la exactitud. La poesía
sobrevive siempre. Tengo miedo, pero el miedo es también una sensación
que padece otro que no soy yo.
Buscando en la escritura automática razones para sobrevivir
El mascarón. Mirad el mascarón cómo
viene del África a New York. Giro la cabeza y descubro al hombre de pelo
blanco que carga con sus intestinos en una bolsa de plástico donde se
anuncia una clínica de cirugía estética. Detrás de los movimientos de
cada sonámbulo hay una liturgia. En los coches, violadores de tumbas
escriben canciones inspiradas en algunos versos de Allen Ginsberg. Sasha
Grey desfila sobre las brasas, sobre los restos de contenedores
incendiados, molicie de los maniquíes que los niños tripudos rociaron
con gasolina.
Tengo miedo a los obreros necrófagos y
de que las jóvenes, con sus esplendentes sujetadores deportivos, recojan
los excrementos de perros suicidas. Su misión es otra. Deben cabalgar
hacia las fronteras donde se asesinan millones de patos con el fin de
que sus ojos enfebrecidos, dilatados por tanto ejercicio, disfruten de
los escnearios sangrientos. Sasha Grey toma el té con el sombrerero loco
bajo la cocina de arena. Es la reunión de los animales muertos
traspasados por la luz. En los comedores, las vendedoras de enjambres y
peyote caen rendidas y las arenas sepultan sus párpados incandescentes.
No duerme nadie por el mundo. Nadie.
Nadie. Los mamíferos destetados cojean hasta los puertos donde incendian
enormes pelícanos centenarios que se arrojan al mar de las langostas.
El señor con una camisa de tulipanes estampados come con las manos
fémures de hiena en una tasca cerca de casa. En los templos ya no hay
muchachas que recen para que el amante de los armarios olvide el cuento
de los osos vagos. Sus dedos rozan ahora las entrepiernas varadas en los
prostíbulos ambulantes. Desquiciados empresarios juegan con sus móviles
antes de ser atropellados por camiones cargados de algas. La aurora de
Nueva York gime por las escaleras. La luz es sepultada por cadenas y
ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Los bebés mastican vinilo tras los
escaparates. Una muñeca hinchable se ahorca bajo la sombra del
tiranosaurio y las señoritas de Aviñón caminan tras el hedor del
clamoroso árbol como los sapos recién aplastados por la mano que mece la
cuna. Ojos despiertos. El conejo mira el reloj. Las importadas vísceras
tienen vida propia. Regresan a las bolsas de plástico. Los sonámbulos
escupen a la cara de Sasha. En el aparcamiento, las niñeras caminan
sobre el vidrio de los vasos mientras leen sus breviarios de muerte.
Aspiran la ceniza y el polvo lunar que desprenden las hogueras
vandálicas.
Nunca he conocido a la gorda que va
delante de la muchedumbre y que deja cráneos de paloma por las esquinas.
Que alguien me regrese. Lorca se baña en la danza curva del agua en la
orilla. Sasha me despide con su mano quieta, colmena de moscas y
filósofos desaparecidos. No existo en lo que queda de esta pesadilla. Me
borraron los escribas antes de la tormenta definitiva.
Cómo decirte que aún no he aprendido a respirar junto a ti
Hemos sido atraídos por la calma de la
marisma. Los reflejos y las huellas que las arenas asumen son un
lenguaje inhóspito. Nada queda después de tus labios. Reconoces la
frontera, la última oportunidad de extraer los significados que nos
engendraron. Estamos desnudas y la blanca sombra nos delata bajo su leve
fulgor. Renacemos con el sonido, hirientes, sin memoria, buscando en la
profundidad la belleza que nos hace tan vulnerables.
El viento es un eco y los pájaros no han
amanecido en la levísima ardora. Unas manos acarician mi vientre. Nada
ha vuelto a ser como antes, cuando, junto a la hoguera, nos habíamos
untado con la sangre del ciervo y todo cuanto poseíamos era sagrado. Las
rocas son los altares y el barco que, en otra vida, manejamos ahora
permanece sobre la quietud del lago como un extraño cuerpo que ya no
exigimos para morir aquí. Las orillas son solamente una y nada de lo que
queda nos parece suficiente para lo que hemos soportado. Los juncos son
un espejismo como la vibración de esa rama que sostiene la vastedad.
Deja que invente un nombre para ti antes de que las aguas nos cubran.
Aún no he aprendido a respirar a tu lado, Marta.
jueves, 2 de octubre de 2014
José de Cora: La historia de La navaja inglesa no sucedió, pero pudo haber sucedido
Publicada por Tropo Editores, La navaja inglesa es
una novela ambientada en el reinado de Carlos III y cuyo argumento gira
en torno a una serie de asesinatos que parecen estar relacionados con
la llegada a Madrid de la estatua de La Cibeles. Como destacamos ya en
Mundiario, la novela se caracteriza por un lenguaje pulcro, innovador,
lleno de sutilidad poética, por un tributo personal que José de Cora
rinde a la estética de Valle-Inclán para crear su simbólico mundo de
personajes, cuyo comportamiento está movido por una instintiva forma de
sobrevivir en aquel Madrid apócrifo de decadente imperialismo. La
siguiente entrevista a José de Cora, escritor, periodista y colaborador
de MUNDIARIO, revela algunas estrategias técnicas de su excelente
trabajo narrativo.
- ¿Cuál es la motivación de una
novela ambientada en el reinado de Carlos III y en el trasunto mistérico
que hay tras la diosa Cibeles?
- Fueron varias, además de la primera y
principal, que consistía en conseguir una novela pulcra, lo mejor
escrita posible y entretenida. La excusa es Cibeles y el desconocimiento
que existe sobre lo que representó y las influencias que tuvo en el
catolicismo, un tema inédito en la literatura mundial. Carlos III me dio
el escenario gracias a su decisión de instalarla en el centro de
Madrid, ciudad a la que también rinde homenaje el argumento. Otro fue,
por ejemplo, conseguir una novela de géneros: histórica, policíaca,
esotérica, erótica, sádica, mistérica, mitológica, costumbrista y por
momentos, humorística. Un género de géneros.
- Arriesgas en la estructura con
múltiples episodios y cambios de plano que aportan un gran dinamismo a
la narración y arriesgas en el lenguaje, manejando todo tipo de jergas y
registros.¿Qué intención subyace en ese trabajo tan personal y
transgresor?
- Aunque es cierto que la narración pasa
de un escenario a otro como secuencias de una serie televisiva, la
razón última es que estaba obligado a hacerlo así, porque la acción es
única, como en los órdenes clásicos. La fuente y la diosa lo dominan
todo y nada hay en la novela que se salga de ese plan único. Al final el
lector se da cuenta de que es así y que era necesario avanzar en varios
frentes para que todos confluyan para desatar el nudo gordiano de lo
que se cuenta. En cuanto al lenguaje, siempre procuro acercarme al
momento histórico que viven mis personajes. Me desagrada profundamente
encontrar novelas históricas en las que todos los personajes se expresan
como contemporáneos del autor. Creo que esa forma de escribir
trivializa el argumento y lo hace increíble.
- Leer tu novela ha sido volver a leer a Dickens, a Conan Doyle, pero también lo esperpéntico y esa narrativa fantástica de Cunqueiro están presentes en tu discurso narrativos. ¿Qué influencias hay tras el trabajo de La navaja inglesa?
- Supongo que muchas. Todos arrastramos
el caudal de lecturas de nuestra vida, aunque para La navaja... me fijé
en los autores de esos años, 1775-1780, y en los que me gustan. A
Cunqueiro le reconozco influencia y enseñanza, pero para este trabajo
tendría que añadir a Valle Inclán y al padre Isla, cuyo Fray Gerundio de
Campazas es siempre una fuente inagotable de léxico. En cualquier caso,
por muy difícil que resulte creerlo, son los propios personajes, los
ficticios o los reales, los que una vez metidos en la novela, se revelan
con sus propios modismos, con su propio estilo, casi siempre por encima
de la voluntad del autor. Si el personaje está bien creado, rechaza las
formas de expresarse que no van con él.
- En ocasiones, la trama queda
diluida por los lances amorosos de los protagonistas, por la corruptela
de la propia sociedad, por la descripción de los bajos fondos de ese
Madrid picaresco. Tengo la sensación de que la trama es un pre-texto
para establecer un discurso narrativo mucho más heterodoxo y global.
- Tanto el sexo, el sadismo, la sangre y
la violencia, como el Madrid de los salones, las procesiones, el
teatro, mercados, tabernas y los barrios más miserables de aquella
ciudad, aparecen en la historia porque lo exige Cibeles. Si faltase
alguno de esos elementos, el retrato de la diosa sería incompleto y la
novela, coja. Ésa ya no es una decisión mía, salvo en el momento de
concebir la trama alrededor de ella. Desarrapados, poderosos,
enloquecidos, románticos, emasculadores, frenéticos sexuales, impotentes
o criminales son tipos que se desprenden del culto a Cibeles, que es
arrebatador. Ella es la que permite que existan todos en el mismo
momento, pues de otra forma faltarían el desencadenante que les da
sentido.
- ¿Qué importancia tiene para ti
la documentación o la fidelidad al relato de la historia? ¿Consideras
en tu caso el acontecimiento histórico como una anécdota para narrar una
biografía de personajes ficticios?
- En este caso, la fidelidad es doble.
Por un lado está el ambiente madrileño del siglo XVIII y por otro, el de
la tradición de la diosa. Ambos son elementos a los que he procurado
dar la máxima fidelidad. Sin embargo, lo que es absoluta ficción fue
unirlos. Hacer que la diosa tuviese una influencia tan brutal en
personajes del XVIII finisecular de Madrid.
- Hay una exploración muy
acertada hacia las logias, hacia el ocultismo, una indagación sobre los
orígenes mistéricos de la diosa Cibeles. Resulta fascinante. ¿Hasta qué
punto es verosímil esa realidad social en el Madrid de Carlos III o es
una invención puramente literaria?
- En parte ya queda dicho en la anterior
respuesta. La historia de La navaja... no sucedió, pero pudo haber
sucedido. Creo que sin ser plenamente consciente de ello, Carlos III
reprodujo lo vivido en Roma el año 204 antes de Cristo, cuando traen a
Cibeles a la ciudad y se desencadena una oleada de fervor a su causa
debido a los supuestos favores que concede a los romanos, asediados por
guerras, pestes y hambrunas. Las circunstancias históricas son muy
distintas en Madrid veinte siglos después, pero ése fue mi trabajo.
Montar una historia en la que el lector acaba por reconocer que pudo
haber sucedido, y cada vez que me lo dicen, me llenan de satisfacción.
Cuando la música de Charlie Parker se pliega sobre la espalda de Puma Swede
Puma Swede. |
Todo es inconsistencia y los peces
siguen observándonos en esa breve pecera que permanece sobre la mesa
caoba. Lucifer tiene un póster en la pared de nuestro dormitorio. Los
barrenderos preguntan por ti cada vez que salgo a la calle para inflar
los globos de la carroza. No hay Santísima Trinidad que pueda sacarte de
tu ensimismamiento. La música de Parker te ha dejado sumida en un
letargo eterno o glacial.
Sigues abierta de piernas y descubro, tras leer algunos párrafos de Sexus,
que toda la energía de este mundo, incontenible y fugaz al mismo tiempo
se concentra en ese punto en el que mi placer reside. El coño. No hay
mayor vórtice donde el caos y el orden confluyan. Hasta la música de las
esferas emerge de ahí con sus flujos impagables.
Las visiones que tengo se parecen a la
de ese prisionero que buscaba en el ajedrez una forma de supervivencia.
Construyo la piel de un tigre y, antes de llegar a la mandíbula, me
detengo por temor a que el felino soñado sea tan real como esa rubia
cabellera que, sobre mi espalda, templa toda la euforia. Los barrenderos
compran arenques en los puertos de Bay Bowles y conversan con las
moscas sobre las vírgenes suicidas que la policía encontró al otro lado
del río. Colgaban las cuatro de una viga y el padre lloraba bajo una
higuera.
Los espíritus necesitan dormir sobre la
hierba y tú, Puma, Puma Swede, lo haces sobre este colchón de saldo,
esperando a que la música de Parker abra tu corazón, pero no, no es así.
Entre tus piernas, existe la luz del mundo y ese ojo que ve más allá de
lo que mis manos tocan. Temblor de labios. Ningún barrendero podrá
besarte, aunque unten con mandrágora sus escobas y amen desesperadamente
el jazz más versátil.
El coño, luces de feria, los monstruos
cargando con tiestos y tambores a la espalda antes de morir en el circo.
Tu cuerpo se arquea cuando la música cambia de dimensión porque la luz
máxima que vive dentro de ti nos acerca más a Dios.
miércoles, 1 de octubre de 2014
Cuando pensamos en la muerte
Explico a mis alumnos que no era
solamente el miedo lo que llevó a los Homo Sapiens a pintar en las
cuevas de Chauvet, sino también la búsqueda de lo desconocido. El mismo
artificio de aquellos hombres es semejante a la escritura que lucha
incansablemente contra el significado. Su temor al vacío es el mismo
temor a la muerte que aún hoy conservamos para sobrevivir cueste lo que
cueste.
No olvido a los que se marcharon, a diferencia del Calígula,
de Camus, pero a veces el miedo a morir lo presiento como una muestra
más del egoísmo. No nos da miedo que otros se vayan, sino que su
ausencia defina otro tipo de vida en nosotros, un esfuerzo ingente por
mudar las costumbres, porque esa ausencia se convierte en un pensamiento
turbador y es inexplicable, desasosegante, que no hallemos un espacio
físico donde el reencuentro no sea el recuerdo ni los esbozos de esos
mismos recuerdos que se van diluyendo poco a poco.
Lo inefable es explicar la ausencia, el
origen de un sufrimiento que atribuimos a que ellos nos importan
demasiado, los muertos, pero lo que nos sobrecoge es el cambio, que los
procesos lleguen a su fin y nuestra cómoda existencia se convierta en un
nuevo paradigma. Fogwill intenta describir la muerte en su relato
"Restos diurnos" y, aunque no lo consigue, la belleza de su inspección
es una forma de superar lo inefable, el mal de ausencia: "La muerte es
una prolongada suspensión. Cesa todo. Siente cómo se despega del cuerpo:
es una lámina invisible que se ha deshaderido y ya no envuelve, y el
cuerpo, vuelto ahora un objeto, doblado sobre sí junto al cuerpo de la
otra, quebrado, ensangrentado, inútil".
La prensa rosa de Telecinco gira en torno a la vida privada de dos adolescentes
Hay una montada cada tarde en Sálvame
que el programa parece una clase Tercero de ESO en un día de viento.
Telecinco encontró hace unos años en este formato la fórmula mágica del
éxito de audiencia, un programa dinámico, con una planificación y un
cromatismo que recuerda al mejor Almódovar. Ahora, junto a la vida
novelada de cada uno de sus tertulianos como si fuesen un personaje de
Madame Bovary, las cuatro horas diarias de prensa rosa se inspiran en el
comportamiento pueril de dos padres adolescentes, Chabelita y Alberto
Isla, cuyos movimientos del súper a casa son retransmitidos como si se
tratasen de un golpe de Estado.
Me sobrecoge la rentabilidad mediática
que le están sacando a los chavales. Adolescentes rebotados de
instituto, con American Express en el bolsillo, juegan a mantener en
vilo a los colaboradores del programa. Kiko Hernández y Jorge Javier
Vázquez son el Carl Bernstein y el Bob Woodward de un caso sin
precedentes en nuestro país (me parto): la repentina separación
sentimental de Alberto Isla e Isabel Segunda. Twitters, mensajes de
móvil, relaciones amorosas en descampados, predictors en directo y el
Casino Las Vegas como telón de fondo han contribuido a crear un
imaginario simbólico genuino donde Alberto Isla juega a ser Garganta
Profunda, pues nos va revelando cada día al móvil de Kiko Hernández las
miserias que encontró en Cantora como que el tito Agustín Pantoja lo
espiaba cuando él intentaba sobar a Chabelita en el dormitorio imperial.
Y lo mejor es que yo lo veo, que yo lo
cuento,que yo escribo sobre ese hecho que tiene a toda España pegada a
la pantalla, como si esos personajes torturados por los celos, que tan
bien inventara Corín Tellado, hubiesen pasado del folletín a los
mass-media. Veremos cómo acaba el culebrón. Aconsejo a los guionistas de
todo este circo que metan a un torero y a una pitonisa hábil con el
vudú. A ver lo que sale de esta coctelera.
En educación es tan importante conocer a Batman y a Jay-Z como saber sintaxis
Como muchos compañeros, no uso libro de
texto. Uno de los motivos del fracaso educativo es esa sumisión del
profesor al libro. Solamente hay que ver las mochilas de algunos
adolescentes par darse cuenta del negocio que han montado editoriales y
Administración. Y los resultados académicos empeoran.
Diferentes corrientes de innovación
metodológica están defendiendo la creación propia de materiales y la
búsqueda de recursos prácticos que animen al adolescente a trabajar en
el aula. Como profesor de Lengua, no entiendo que los objetivos
didácticos de muchos docentes estén fijados por el índice de un libro de
texto y por un Currículo Oficial que sigue fiel a una tradición
ilustrada donde predomina el conocimiento memorístico e histórico
mientras nos enfrentamos al siglo con mayores cambios tecnológicos y
culturales de cualquier época. Esta última frase no es mía, sino de
Habermas.
Tan importante es conocer el trabajo
cinematográfico de Cristopher Nolan y el arte del videoclip de Michel
Gondry como saber manejarse con la sintaxis y reconocer las clases de
palabras. Tan necesario es saber cumplimentar correctamente un
formulario, sin faltas de ortografía, y analizar el cine de Tarantino
como reconocer la profundidad de las Coplas a la muerte de su padre,
de Jorge Manrique. La actualización de contenidos es más motivadora
para profesores y alumnos que la devoción por una ortodoxia de objetivos
y epígrafes que apenas se renuevan cada año.
El hip-hop, el rap o el flamenco son
formas culturales donde se puede explorar el conocimiento de la lengua.
Aprender a comentar una película como si se tratase de un texto
literario no es ninguna herejía. Al contrario, seguramente podamos
rescatar a esos alumnos que hibernan en sus pupitres sin saber qué
finalidad subyace en el aprendizaje memorístico de las características
del Romanticismo. Creo que a la ESO le sobra disciplina mental y le
falta creatividad para comprender la riqueza cultural de un mundo que,
en el caso de mi asignatura, está experimentando una eclosión ingente de
variadas publicaciones, libros, revistas y cómics. No soy quien para
dar ejemplo de cómo se han de hacer las cosas. Sé cómo las hago yo y que
Batman, como Dostoievsky, cambiaron mi forma de mirar al mundo.
Masivo consumo de vídeos donde las mujeres son torturadas y tiroteadas
Entro en Youtube y accedo por diversos
enlaces a unos vídeos donde unas superheroínas son torturadas con golpes
en el estómago. Pincho en otra ventana y compruebo que las
reproducciones de películas snuff se cuentan por millares. Busco otras
referencias asociadas y descubro fragmentos de telefilmes donde algunas
modelos y actrices son tiroteadas, simulando muertes convulsas, con
chorros de sangre que manchan paredes y espejos.
El debate no es, en este momento, por
qué existen dominios con esta clase de contenidos, sino qué clase de
estrategia opera en nuestro cerebro para que, finalmente, se produzcan
este tipo de vídeos, esta criba de contenidos basados en el asesinato y
en golpes hacia las mujeres, qué perversas fantasías se desarrollan en
una mente para que alguien decida montar películas de esta clase y
subirlas a la web.
Lo que me fascina es la elucubración, el
preludio, el punto de partida que conduce a su consumo febril. No sé
cuál es el siguiente paso. Seguramente no hay nada más detrás de estas
simulaciones de muerte y torturas. Seguramente un asesino no dejaría
pruebas tan evidentes de sus oscuras intenciones, de sus actuaciones
futuras, de sus traumáticos sueños que desembocan en este sangriento
masoquismo.
Quizá no haya más que una perversión
sexual, una parafilia, que encuentra placer, mucho placer, en la
contemplación del daño y la tortura. La Internet se ha convertido en ese
espacio de sublimación para dar rienda suelta a aquellos pensamientos
que nuestra moral judeocristiana reprime. Qué obtienen, además de pasta,
los actores y actrices de tercera que montan estos propios vídeos
basados exclusivamente en esta provocadora insinuación de muerte.
Me preocupan las miles de descargas y
que existan internautas que una y otra vez reproducen estos vídeos para
excitarse en sus solaces momentos de onanismo. Como si la insatisfacción
de sus vidas les llevara a buscar en esa severa simulación de la
violencia y del crimen, un espacio recóndito en que refugiarse para que
sus fantasías más atroces sean una realidad mediática compartida por
tantos y tantos seres humanos.
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