miércoles, 26 de noviembre de 2014

Una obra de Norman Mailer sobre la infancia de Hitler

Mi reseña en Mundiario sobre la novela El castillo en el bosque.

Fotograma de La semilla del mal, de D. S. Goyer (2009)

   Una oscura historia sobre la infancia. Una oscura historia sobre la infancia de Adolf Hitler. Norman Mailer ficciona sobre materiales biográficos de los orígenes del dictador y de todo su árbol genealógico, estigmatizado por el recelo del incesto y sus posibles raíces semíticas.

   Dividida en catorce libros y un epílogo, Mailer trabaja desde una estructura lineal, sirviéndose de esa división en libros para describir con rigor ceremonioso las impresiones psicológicas, ensoñaciones y costumbres de las relaciones interpersonales que suceden en la familia del pequeño Adi. Es esa estructura la que convierte involuntariamente a la narración en una especie de tratado psicológico de unas vidas lúgubres, ancladas en la superstición y en los prejuicios, abocadas al fingimiento y a preservar las apariencias, aunque el dolor del engaño sea insoportable para las mujeres de esta estirpe, sobre todo para la madre del dictador.

   "(...), los movimientos intestinales de Adolf empezaban a dominar la vida de Klara en la casa de Linzerstrasse. Antes de que aconteciera el episodio con Lutero, ella, desde luego, se había encargado, por muchas veces que Adi no manchase los pañales, de mantenerle limpio; de hecho, como he señalado, este acto se convirtió en un coqueteo entre madre e hijo. Le limpiaba con tanta minucia que al niño le brillaban los ojos. Descubrió el cielo." (pág. 111).

   Mailer no quiere encontrar el posible trauma que movió a ese niño a convertirse en el tirano genocida. El castillo en el bosque es un relato sobre una biografía inventada que un demonio o cachiporra, en primera persona, nos refiere con una insana ironía, profundizando en las obscenas vivencias de la familia paterna de los Hitler. Sin embargo, no cae en el error de revelarnos posibles respuestas a ese mesianismo diabólico. La novela no es un tratado psicológico del fundamentalismo nazi, sino una historia de perversiones, celos y deslealtades entre los Hitler, donde las mujeres acatan los deseos lascivos del abuelo y posteriormente del progenitor de Adolf. El incesto por parte de la familia paterna y materna se cruza en la concepción del pequeño Adi, justificando la tesis de Himmler que defiende la enorme valía del Fühher cuando sus genes han tenido que superar esa impura mezcolanza del incesto.

   Lejos de la maestría demostrada en Los desnudos y los muertos, persiste en Mailer esa inquietud periodística que cruza lo expositivo con lo literario al igual que hiciera Truman Capote en A sangre fría. El artificio supera con creces las expectativas argumentativas de una novela que opera siempre desde anécdotas y cuadros costumbristas. Se construye así lentamente esa psicología promiscua al mismo tiempo que egoísta en el padre de Adolf, Alois, una herencia genética que descubrimos ya en el abuelo Johann Nepomuk y su apego a las tabernas.

   La traducción de Jaime Zulaika en Anagrama destaca por esa sobriedad en el tono y en el ritmo de la frase que persigue Mailer. El uso de las epístolas, las descripciones sucintas de los espacios y la recreación de una atmósfera enrarecida a lo largo de El castillo en el bosque producen en el lector un continuo efecto exasperante y descorazonador. Seguramente la miseria y los logros de esta familia en nada se diferencian de otras que convivían en ese tiempo, lo que nos sobrecoge aún más cuando tratamos de encontrar una justificación social o psicológica a la depredación instintiva que crecerá en Adolf Hitler.

   “Empezó a berrear pidiendo leche menos de treinta minutos después de que Klara se hubiese sumido en el mejor sueño que había conocido en años.

   ¿Debemos suponer que un niño no puede tener reacciones muy profundas porque su vida media no dura más de treinta minutos? Debido a aquella traición, quizás no volviera a amar a su madre tanto como antes. Sin embargo, sus sentimientos se fortalecieron. En su amor había ahora sufrimiento, y una rabia que se manifestaba mordisqueando la teta con los dientes. De hecho, durante unos días se sintió próximo a Lutero, y cuando se adormilaba dormía toda la tarde al lado del perro. Ciertamente, veía al animal como a un hermano, y su afecto fraternal duró hasta que Adolf empezó a aprovecharse demasiado y a aporrear a Lutero en la barriga, a tratar de meterle los dedos en los ojos y, en ocasiones, a darle patadas en las costillas. Si el perro empezaba a gruñir cuando se acercaba, corría lloriqueando donde Klara” (pág. 115).

   Sin embargo, nada es casual en el texto, cuando vislumbramos que el nacimiento de su hermano Edmund desplaza a Hitler dentro de la familia. Cuando la descripción exhaustiva del trabajo de apicultura que comparte padre e hijo parece llevarnos a sospechar de alguna clase de fantasía sádica donde las obreras se sacrifican por la abeja reina. Resonancias oníricas que nos intranquilizan y que dotan al sueño y al subsconsciente de un protagonismo mayor en el nacimiento de la bestia. Así lo evidencia la espléndida metáfora que expresa el propio título de la novela.

  “La depresión puede degenerar en aberración. Muchos atardeceres, sentado en la tapia del cementerio, Adi se preguntaba qué haría si el brazo de Edmund saliese de repente de la tumba. ¿Echaría a correr? ¿Intentaría hablar con Edmund? ¿Le pediría perdón? ¿O le acribillaría el brazo con su arma de aire comprimido?” (pág. 437).

   Ese inquietante relato sobre los insectos, esa constante indefensión que padecen las mujeres y la felonía continua de varones oportunistas definen a la familia de los Hitler. Pero toda esa evidencia, según el demonio que narra, es insuficiente para que un dictador masacre a toda Europa. O tal vez no.

  “Después de la matanza, las mismas obreras barrían los cadáveres fuera de la colmena. Alois tampoco le habló de otras complicaciones. Siempre había la tendencia, en cuanto empezaba de verdad el clima caluroso, de que la mitad de la colonia se pusiera a enjambrar, es decir, a irse volando, a desertar la colmena y retornar al estilo de vida anterior en el hueco de un árbol. En un santiamén perdías tus ganancias. Tampoco le habló de princesas que a menudo eran eliminadas por la corte de abejas en torno a la reina” (pág. 171).

   El propósito de Mailer es mantener el suspense de un interrogante todavía sin respuesta. Quizá el genocida no se hace, sino que pertenece a un lugar insondable, remoto. El Mal no se hereda, sino que es algo metafísico que escapa a la propia genética, a la propia causalidad de la historia. Como declara el propio demonio:“Ahora bien, ¿qué nubla más un estado de ánimo que vivir con una pregunta que no obtendrá respuesta?” (pág. 18).

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