miércoles, 26 de noviembre de 2014

Poeta en Nueva York y Chris Cunningham

Mi reseña en Mundiario sobre las semejanzas que presenta la escritura de García Lorca con el arte visual de Chris Cunningham.

Alien, de Chris Cunningham.

   Recuerdo esas palabras de Virginia Woolf ahora que encuentro semejanzas enfermizas entre Poeta en Nueva York, de García Lorca y ese tremendismo cautivador que prende en la fantasía personal de Chris Cunningham: “Una sola mirada habría bastado a ese observador para tranquilizarle y, al mismo tiempo, sin embargo, darle un motivo diferente de ansiedad”. Esa vibración sensitiva que la escritora aplica a un personaje tan disciplinado como Vanessa en Momentos de vida es semejante a esa reacción que, como espectador y lector, experimenta cualquiera de nosotros al intentar sobreponerse a ese poder chamánico que las imágenes surrealistas de Poeta en Nueva York imponen a nuestra disciplina mental, poco adiestrada a la inteligencia creativa que han censurado medios de comunicación y plataformas digitales. 

  La analogía que he establecido desde hace mucho tiempo entre los vídeoclips dirigidos por Cunningham y los versos de García Lorca está inspirada en la desrealización, como denomina Clemente Millán a esta obra del poeta granadino, cuando la arquitectura de la ciudad y sus hipérbólicas formas determinan el aislamiento comunicativo entre seres humanos. El progreso de las estructuras económicas y la ingeniería mediática han conseguido que las estrategias más estimulantes sean aquellas que manipulan nuestras decisiones respecto a lo que debemos o no debemos consumir, desplazando nuestras iniciativas creativas a una zona límbica. Los ensayos de Habermas y Baumann inciden en la propiedad líquida de ideologías y sentimientos, en la rápida caducidad de sus banales contenidos. Ni la educación, ni los lazos de parentesco dentro de la comunidad, solventan esta intencionada subversión. Desde la escritura de imágenes, esa denuncia encuentra su espacio creativo en la fantasmagoría que Cunningham y García Lorca construyen, aludiendo a esos arquetipos del miedo a lo desconocido que se alojan en nuestra memoria procedimental, aquella que nos marca para siempre, pero que es intraducible.

   En los dos creadores, el manejo de la hipérbole expresa la despersonalización del sujeto e insiste en esa expresión formal de lo monstruoso para despertarnos de nuestra soñolienta conformidad de consumidor de clase media. Cunningham y Lorca invierten sus esfuerzos en la explicitación de nuestras figuraciones espectrales en torno a la muerte y a sus concepciones más ancestrales. Los dos artistas muestran en su obra toda esa fauna poliédrica y anómala para redefinir la normalizada sociedad posmoderna dentro de una sincera confesión de reprimidos sentimientos. Amputados constantemente por señalizaciones, leyes y por un laberinto de infinitas posibilidades comunicativas, guiadas por la deshumanización de los entornos y por la mcdonalización de nuestras conductas: hipersexualización publicitaria, individualismo dentro de nuestras relaciones interpersonales, self-service en todos nuestros actos de consumo, relativismo de las leyes, anomia de los medios de comunicación, entre otros muchos mecanismos de control que Castilla del Pino describe en ensayos como La incomunicación.

  Los vídeos de Cunningham exploran los recovecos más perversos que subyacen en nuestra memoria y que el propio García Lorca utiliza como un despliegue sintáctico de metáforas y paradojas para que el lector urbanitas se reconozca en las entrañas de esa asfixiante alucinación. El escritor mexicano Sergio Pitol sostiene que la creación arraiga en ese espesor imaginario de sombras difusas que auguran nuestra creación, proyectando al exterior una energía. Una energía que no nos defrauda en absoluto, pues nos permite comprobar que, más allá de nuestra cómoda supervivencia en estas polis esterilizadas, persiste una trama que nos coacciona sin que seamos conscientes de los efectos.

   Somos arrastrados a una profunda sedación donde lo que existe lo hace en duermevela, sumido en los efluvios de un sortilegio de mandrágora, mientras que los que sufren permanecen en la invisibilidad. Poemas como Crucifixión, Paisaje de la multitud que vomita o La aurora son una traslación semántica de esas creaciones que Cunningham realizó para músicos como Aphex Twin o Björk: la creatividad está consolidada desde esas alucinaciones enfermizas, inspiradas en Lynch, Cronenberg o Scott. Las mutaciones, los zombis de arena, los marcianos y las marionetas colisionan contra nuestra realidad narcotizada e insolidaria. Asimismo, reverberan poderosos antojos y espejismos en los poemas de García Lorca: gato laminado, hipopótamo con las pezuñas de ceniza, colinas de martillos, el terror de la rueda, naufragio de sangre, niños de cera, insectos vacíos.

   Esta analogía entre el poeta granadino y el video-artista londinense profundiza en el valor de manifestaciones estéticas que, manejando el surrealismo, contribuyen a que huyamos de la nulidad a la que estamos predestinados desde que nacemos en una soceidad mediatizada. Se reconoce en esa proyección de visiones turbadoras que no hay mayor afán que utilizar el miedo para que nadie se atreva a cruzar el umbral hacia esa multitud que vomita mientras viste de Dior y devora platos precongelados.

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