jueves, 27 de noviembre de 2014

Exaltación y degradación en la fotografía de los famosos

Mi artículo en Mundiario sobre David LaChapelle.

Fotografía de Gisele Bündchen por David LaChapelle.

   Se ríen de sí mismos. Posan con irreverencia. LaChapelle sabe bien que el narcisimo de sus modelos es un horizonte de expectativas estéticas tan atractivo como su propio talento. Una actriz como Angelina Jolie no es solamente una actriz, sino también ese maniquí que, una vez fotografiado, puede convertirse en un mensaje polisémico. Sus diversos significados, intuibles, sutiles y marginales, en el arte de Chapelle, convierten a la Jolie o a la Bündchen en todo lo contrario a lo que significan dentro de la norma social. Una Jolie salvaje, adánica y sensual o una Bündchen que juega con fármacos para el adelgazamiento son esos significados polémicos y controvertidos que ironizan con la propia época de confusiones en las que vive el sujeto posmoderno.

   LaChapelle expresa la evidencia de las simulaciones en nuestras sociedades actuales, de sus falacias publicitarias y de los fingimientos para no mostrar al mundo quiénes somos realmente. La frustración personal al no lograr los objetivos diseñados por el éxito social se convierte en ese campo de investigación en el que los valores se invierten y el triunfalismo muda en decadencia. Los modelos de este fotógrafo muestran su lado más perverso, más frágil, más exultante en unos escenarios de un barroquismo decadente donde confluyen estéticas como el modernismo y el cubismo.

   La efímera filosofía de Warhol, que está siendo de las más duraderas, está presente en la producción de esos encuadres, en un cromatismo abigarrado y abusivo, mostrando la sensualidad de unos cuerpos que no dudan en exhibirse como gacelas heridas, como criaturas inocentes que son objeto de una experiencia orgásmica que se extiende al caos de telones, objetos, plataformas y habitáculos. Bizarras fotografías que nos recuerdan a muralistas como Diego Rivera. Un halo expresionista que carnavaliza el glamour y lo traslada semánticamente a otros espacios simbólicos que, pese a su provocativa escenografía, conservan una belleza tribal. Más cerca del infierno, sin duda.

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