domingo, 13 de julio de 2014

Sálvame y los filósofos

La hipocresía del intelectual contra la telebasura


Mi reseña en Mundiario sobre el nuevo libro de José J. Picos.


   Llevo años leyendo columnas y diatribas contra la telebasura por parte de muchos sociólogos y filósofos de renombre. Está bien esa intentona de satanizar una programación televisiva que recuerda al runrún de la corte y a los corrillos de patio. Lo que más me duele es esa actitud altiva del virtuoso que, atacando a los programas del corazón, trata a los consumidores de esos espacios como asnados y zopencos.

  Esos filósofos, tronistas de dudosa oposición en muchos departamentos universitarios, que animalizan a los televidentes de esta clase de productos (entre los que yo me incluyo, y todavía no he muerto), deberían exigir más de la clase política que ha contribuido sibilinamente a que la educación en este país, especialmente la universitaria, se convierta en una república bananera de enchufados y de alumnos hastiados, con ganas de sacar sus créditos y perder de vista las aulas, que aspirarán a lo sumo un trabajo en algún Carrefour. A lo mejor hay alguna relación entre esa pseudoformación y el tipo de espectador que aplaude a Torrente y a Jorge Javier.

  Esos escritores e intelectuales institucionales que hablan de la decadencia moral y cultural del vulgar gentío deberían apuntar a esos modelos labores que se han impuesto, donde, después de una jornada de más de diez horas fuera de casa, al trabajador solamente le apetece un bocado de algún precongelado y no pensar en nada delante de algún episodio repetido de Lo que se avecina. Que prueben esos filósofos que llevan al patíbulo a los consumidores de la telebasura lo que es estudiar la ESO en una aula pública con treinta y cinco alumnos (muchos completamente desmotivados), o trabajando en el Decathlon hora tras hora, o recogiendo almendras al sol; que lo prueben, verán qué ganas locas tienen luego de leer a Nietzche o los enigmáticos poemas de Ted Hughes.

  A estos hombres de la razón no les voy a quitar el favor de que hagan saltar en pedazos el fariseísmo y la poca chica de los realities, pero el debate está más allá de su cómoda vida de ilustrado de casino. Qué sistema educativo, qué sistema empresarial, contra los que tibiamente cargan de vez en cuando sus tintas, nos han llevado a este tipo de consumo masivo de productos vacíos e insutanciales. El pueblo, a veces, no es culpable, amigos letraheridos, sino la vida que, entre todos, y vosotros también, hemos obrado.

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