domingo, 13 de julio de 2014

La poesía de Ted Hughes

La fuerza de la naturaleza frente a la vanidad humana


Mi reseña en Mundiario sobre la poesía de Ted Hughes.


   No soy el más indicado para analizar la poesía de Ted Hughes, salvo que lo haga desde la incertidumbre que me ha causado la lectura de El azor en el páramo, en Bartleby Editores. Quisiera felicitar la tarea ingente que habrá supuesto la traducción de este autor a Xoán Abeleira, cuya introducción, además, es extraordinariamente reveladora para percatarnos de la complejidad de un poeta como Hugues que concibe la escritura lejos de lo puramente literario.

   A partir de una serie de microcosmos, la poesía de Hughes reflexiona sobre aspectos de la existencia que ninguna religión ni orden filosófico pueden explicar con concreción. Lo poético en realidad predomina más allá del puro formalismo de figuras y ritmos, acercándonos a un pensamiento metafísico que escarba en nuestras entrañas para poner en crisis nuestra importancia en el mundo. Nuestra vanidad, nuestra supuesta supremacía en ese ordo naturalis en el que obramos, es un fraude porque lo intempestivo, la adversidad y la muerte no son propiedad de ningún hombre; nuestra influencia sobre esas acciones es nula: “Mi sangre ociosa se hiela/ Al ver cómo la alondra se esfuerza en llegar a su nibe/Escalando con dificultad/ En medio de una pesadilla/ Ascendiendo la nada (...)” (pág. 173).

   Siendo Hughes un poeta que define gran parte de su universo personal desde referentes concretos, el mundo real es su asidero para la expresión de un descarnado lirismo, lleno de sugerencias fatales sobre el destino de los hombres. El caos, el azar y la belleza como un enmascaramiento para no reconocer la crudeza del destino predominan en esta poesía. Ahora bien, como señala el propio Abeleira en su minucioso estudio introductorio, la violencia no es el tema de la poesía de Hughes, sino la amoralidad, la predestinación, la irreparable evolución de un mundo natural que, con nosotros y sin nosotros, encuentra en la germinación y en la muerte su forma de supervivencia.

   En sus versos, se comprueba que los acontecimientos trascendentales como la muerte, el sueño o la subsistencia a través del instinto existen en lo concreto, en el arduo enfrentamiento entre lo vivo y la destrucción que el paisaje provoca desde su aparente simplicidad. Ese esfuerzo por parte del lector merece la pena para profundizar en la trascendencia que la posmodernidad ha estigmatizado y ha abandonado con tanta frivolidad: “Un sacerdote procedente de otras tierras/ Tronó/Contra el brezo, las piedras negras, el agua encrespada./ Excomulgó a las nubes/ Condenó al viento/ Arrojó a las ciénagas a las tinieblas exteriores/ Fustigó a los horizontes/ Con la quijada del vacío/ Hasta quedarse sin aliento-” (pág. 249).

   Encuentro en la poesía de Hughes la necesidad de invocar lo totémico a través de un animal o un objeto con el fin de expresar esa lucha, porque para el poeta no pasa desapercibido que, en la quietud de la naturaleza, persiste lo convulso, una irremediable tendencia a la destrucción que el poeta define desde esas breves anécdotas, desde esos símbolos que, como mitos de una cultura ancestral, nos elevan a esa nueva realidad severa y difícilmente aceptable.

   Comenta Xoán Abeleira: “Lo que sí hizo (Hughes) fue poner de manifiesto las diferencias que existen entre la vida (que no es nunca la sociedad) y el mundo (que casi nunca es vida); evidenciar el creciente abismo que separa al hombre de la naturaleza (transformados en continuos adversarios, según una antigua expresión mía) y de su propia naturaleza” (pág. 27). Al igual que sucede con poetas como Rimbaud o Lautréamont, su sincera conclusión ante esa evidencia natural donde el instinto es el único orden abarcable que define la celeridad de la vida, la miseria de la muerte y el posterior silencio es lo que seduce de sus versos y lo que me priva de acercarme con mayor intuición a un análisis más riguroso.

   El mito explica, no nuestro sentido en el universo, sino nuestro abandono, nuestra indecente presencia en un mundo que transcurre y progresa más allá de nuestros actos y de nuestra inteligencia: “El chapoteo amortiguado en la laguna oscura,/ Los búhos, acallando a los maderos flotantes con un ululular/Que resonaba en mis oídos, me prevenían acerca del sueño/Que lo oscuro bajo lo oscuro de la noche había liberado/Y que venía emergiendo, escrutando, lentamente hacia mí” (pág. 119).

Enhorabuena a Xoán Abeleira y a Bartleby Editores por este trabajo.

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