lunes, 28 de julio de 2014

Asesinos natos, de Oliver Stone

Una metáfora de la violencia en televisión


Mi reseña en Mundiario sobre el film Asesinos natos.


   Estaremos de acuerdo que no es la mejor película de Oliver Stone. Pero, anoche, después de varios años, volví a ver la película y a solas. Quería reflexionar brevemente sobre algunos aspectos que ahora, después de lo visto en televisión, hacen de Asesinos natos una parábola ejemplarizante de la telebasura a la que estamos asistiendo cada vez que somos dueños del mando a distancia.

   Esa telebasura no se refiere solamente a los programas del corazón, sino también a todos aquellos formatos que, bajo la supuesta virtud de la información y lo divulgativo, han convertido lo político y lo social en un producto mcdonalizado donde interesa más la inquina y el morbo, caiga quien caiga, que la función referencial o formativa de lo que se anuncia y se analiza. Oliver Stone rinde un tributo a la violencia como un lenguaje nada atípico de las sociedades modernas, criticando con histrionismo y ferocidad la moralidad de unos medios que velan sobre todo por los ingresos publicitarios, nada ajeno a otro tipo de violencia que sumerge al espectador en una lobotómica incapacidad para no ver más allá del producto y del objeto.

   La cosificación de la política en algunas tertulias, donde la actitud de los participantes recuerda al wrestling o a los telepredicadores, y la animalización de los sentimientos en el constante cotilleo amarillista nos recuerda la terrible actitud de ese psicokiller que, aun sabiendo diferenciar entre el bien y el mal, disfruta con el sufrimiento y la depredación. La metáfora de Oliver Stone, como aquella de Sidney Lumet en Network, nos revela que una televisión anómica, focalizada en el espectáculo, en la turgencia de modelos y presentadoras, y sin urgencia de análisis sobre los problemas de nuestro entorno (a no ser que sea bajo el boxing de las tertulias) no dista de esa histérica fascinación que despiertan los asesinos y que la televisión relata como un discurso cultural que eleva a Mason a los altares. No es nada nuevo lo que digo y sobre lo que Oliver Stone reflexiona salvajemente, pero la violencia también es una forma de expresión que pasa desapercibida y que se normaliza en las sociedades, aunque no haya sangre ni sesos desparramados por nuestras salitas de estar.

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