jueves, 13 de marzo de 2014

El poeta Leopoldo María Panero

fue una escuela y un lastre para muchos poetas


Mi artículo en Mundiario sobre el poeta Leopoldo María Panero.


   Leopoldo María Panero ha muerto. Me preocupa la extensa nómina de creadores y artistas que han escrito sobre su malditismo, algunos de ellos, de forma esplendente. Pero Panero, como cualquier otro poeta, debe ser excluido de las hagiografías. La poesía es miserable, siempre es miserable. Yo no quería que Panero ocupara espacios en radio y televisión una vez muerto, ni quería dedicarle estas palabras. Pero hay un ansia congénita por celebrar lo raro, lo auténtico y la exclusión, porque vivimos en un mundo donde se nos ha enseñado a ser esclavos sin saberlo.

   Desde mis dieciocho años, celebré la poesía de Panero. Sus metáforas marcaron escuela, pero ha sido una escuela vergonzante, fugitiva, sin discípulos. Nadie quiso imitarlo una vez superada la fascinación. Eso lo hizo más auténtico. Recuerdo leerlo en mi cuarto a la luz de una lamparilla. Mi abuela dormía en la otra cama. Estaba a punto de amanecer.

   No quería a Panero en los medios como si fuera el Hombre Elefante. Su poesía es destructiva, no hay hermosura, salvo la que procuran algunos de sus símbolos bajo el duelo y la anestesia. Hubo un momento en que tuve que abandonar a Panero; me resultaba repetitivo y lleno de vicios, aunque era innegable que había un bagaje de lecturas y de influencias que a muchos de nosotros nos hizo reflexionar sobre la tendencia del lenguaje poético como un lenguaje de sobrecogimiento, de desolación y de conmmoción. Pero era tan destructivo que tuve miedo a acostumbrarme a ese lenguaje y a interpretarlo como una pose, una impostura y, por último, como una frivolidad.

   Por eso dejé las lecturas de Panero y los medios se han ocupado del poeta que muchos no queríamos, el de la frivolidad, el de la genialidad, el de las rarezas y las adicciones. Y no hay genialidad en estar enfermo, en luchar contra la madre. No, no hay genialidad en estar ingresado en un psiquiátrico de por vida.

 La genialidad arraiga en su escritura, primordial para los que comienzan a escribir y envenenada para aquellos que buscan la personalidad de una voz con la que evolucionar. Sin lastres.

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