sábado, 15 de febrero de 2014

Necesitamos una literatura de conmoción

 En estos momentos es necesaria una literatura de conmoción que provoque en el lector una sensación profunda de complejidad, de incertidumbre, de reflexión profunda sobre sus espacios y su forma de comportarse ante esta realidad hiperestimulante. Lo que encuentro como lector, docente y crítico es una literatura de entretenimiento, una literatura histórica que satura editoriales, grandes almacenes y tiendas de ocio.

  Es necesario que volvamos al lenguaje, a un análisis de su semántica a partir de una reinterpretación del mundo; la modernidad se está convirtiendo en un tabú y la historia, como sustancia de ficción, en una presa fácil. Lo poético, el sinsentido, la diversidad de estructura, el testimonio y el ensayo dentro de la propia narrativa pueden ser algunos de los horizontes de expectativas que nuestra narrativa necesita para ir más allá de lo literario y de lo simbólico. Coetzee, Lessing, Coe, López Mondéjar, Auster, por ejemplo, pueden ser algunos de estos escritores que procuran intentarlo y de qué manera.

Leyendo, de Anni Lepala

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