jueves, 27 de febrero de 2014

El mercado de Prudénce

 La salud es un estado hipnótico, la que nos permite percibir lo estimulante, lo inmediato, lo ejemplar. La enfermedad nos excluye, nos enseña que la violencia y el dolor existen, que es una realidad tan verdadera como la propia luz. Una vez hablé con un enfermo; quería nueces e higos. No podía tragar y le hice beber agua. El hombre agradeció que los frutos estuviesen maduros. Antes de cerrar los ojos, me preguntó si los había comprado en el mercado de Prudénce.

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Mis hijos retornan

 Los poemas describen lo que el mundo no puede revelar por sí solo. Hemos desaparecido entre los huertos nevados. La luz es tibia y eleva las sombras difusas. Las raíces emergen y se hunden entre la greda. Las hierbas que arrancó tu mano aún permanecen sobre las lápidas. Los poemas que callan. El mundo que desiste y fluye hacia otros. Mis hijos retornan del sueño.

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Virginia Woolf y la miserable muerte

    A Noemí

   La muerte es sencilla y miserable. Aún recuerdo los pañuelos de papel sobre la piedra. Mi abuela los doblaba una vez que dejaba de llorar para seguir cocinando. Mi padre acaba de morir. Aunque no fuese su hijo, habían compartido el mismo techo. La muerte está cargada de símbolos que ahora descifro como una arquitectura de la vida que se fuga y desaparece, porque es necesario olvidar para resistir el tiempo que nos queda. A veces necesito esa agilidad que encuentro en la prosa de Virginia Woolf para darme cuenta de que la escritura es más veloz, más efusiva, que la vida que emprendemos.

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miércoles, 26 de febrero de 2014

La habitación blanca

  Desapruebas que el silencio haya concebido este espacio. Aquí no hay miedo, no hay sonido. Los lirios que penden en las orillas del Sena quedaron atrás, en la memoria. Acompáñame hasta el centro; no distinguirás la sombra ni la claridad, ni ese círculo donde fluyen las imágenes. Algunas no te pertenecen, otras desaparecerán con nosotros, cuando la neblina nos consuma.

Neblina, de Adriana Coronado
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martes, 25 de febrero de 2014

La declinación

  No esperes a que el ciervo regrese. La tarde se ha consumado. Las hogueras se extinguen tras el rastro de polvo. Aquellos hombres embreados caminan bajo el sol. En algunas fuentes, los niños se bañan. No hay brillo en sus ojos. Este sendero ha sido arrasado por las ramblas. Bienaventurados los que recogen las piedras.
  
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Apuntes sobre William Eggleston

 Es la espontaneidad de su composición; todo parece que ha acontecido sin previo aviso. Lo cotidiano en la fotografía de William Eggleston es lo universal, un horizonte mínimo, esa franja de neblina que oculta al Todo o su devastación. Los objetos, los detalles, las casualidades inciden en un mundo vibrátil, azaroso, con una armonía que no ha sido impuesta ni adecentada. Permanecen las cosas y nada ha sido extraviado o perjudicado por la presencia del hombre. Son los rastros de lo humano, los materiales desechados, los metales, la intensidad de los colores artificiales sobre las texturas de la materia lo que en Eggleston sobrevive.




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lunes, 24 de febrero de 2014

Seguir muriendo para seguir escribiendo

  La escritura muere a cada paso que avanzamos. Hay una necesidad de destruir lo que se acaba, como si en esa necesidad existiese una liberación personal que desencadena la frustración más profunda y, en esa frustración, sin embargo, sobrevive otra necesidad mayor; la de seguir escribiendo, la de reinterpretar el mundo que nos parece demasiado evidente. La realidad no satisface la pretensión de superar ese miedo que explique, tampoco desde la palabra (por mucho que lo intentemos), cómo se ama y por qué hemos de morir tarde o temprano.

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Al pensar en Picasso y otros asuntos

 Lo importante de una obra es el esbozo, su boceto. Cuando se verbaliza, la materia acaba con la idea, con su potencia, con su capacidad para crear. Solamente queda el lector para que la modifique, la destruya, la convierta en algo desnudo, propio, ajeno al instinto del creador. No queda más que la esperanza de no acabar nunca ese poema, esas líneas, porque luego la fatiga, la ansiedad, la tensión, ese recelo, que son la vida más intensa, se excluyen de la soledad creadora y se convierten en un hecho. Por desgracia, así es. Así nos negamos a que suceda.

Boceto de Piccasso
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domingo, 23 de febrero de 2014

La boca

  Que lo que tu boca oculta no sea ese paisaje de escombros que perfila aún la oscuridad, ni siquiera esa neblina que inunda los badíos. Que lo que tu boca oculta no sea el paraje de las hojas incendiadas, ni los caminos de los hombres abandonados por la gracia. No espero otra cosa que más aire, la luz, que más rasgos de tu rostro, mientras recuerdo todavía lo que tu boca oculta.

Obra de Basquiat
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sábado, 22 de febrero de 2014

Una placeta de Milán

  Has perdido volviendo a esa placeta de Milán. No hay palomas que destaquen sobre las otras. Los edificios resisten entre otras fachadas sin esplendor. Un hombre que se parecía a vuestro padre reza bajo la mirada atenta de una estatua. Los perros ladran en las azoteas de los suicidas y los marchantes de arte huyen de las sirenas que ensordecen nuestras sombras y aquellas otras, esas que trepan por el único mausoleo.

Una foto de Daido Moriyama
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Ciudad de paja

  Esa ciudad perteneció a los hombres de paja. Ahora, dejadla arder. En las tiendas de ultramarinos, alguien apuntó a los cráneos. El niño que lloraba bajo los neumáticos fue otro espejismo. A vivir abajo nos toca cuando las paredes de cal se desvanezcan y el mar arrase todo. Las monedas cayeron sobre los muertos. Al César lo que es del César. Las aves descienden y, en las televisiones, mariposas y ardillas celebran los disparates.

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viernes, 21 de febrero de 2014

Origen

 Las maderas flotan en las aguas. No podrás jugar más en la arena con tus hijos. Un pensamiento turbio permanece y, sobre las rocas, una muchacha está tendida. Parece que en la punta de sus dedos se sostiene el firmamento y las gaviotas que ceden a las nubes. Las maderas flotan. Disfrutas con mi rostro. Los niños se acercan. Corre el tiempo como corre el agua.

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Pájaros que fluyen en las telas

  Recoges los restos de un pájaro entre las olas. Es el pájaro que fluyó en nuestro cuarto y observamos una vez bajo la bóveda. Nadie se percató de su sombra, ni de sus manchas oscuras bajo el vientre. Los árboles se cruzaron y el cielo incendiado se redujo a cenizas. En Agde, las mujeres de los talleres bordan animales en sus pañuelos. Alguno de ellos es nuestro pájaro que retorna de la deflagración.

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La verde hierba

  No hemos comenzado en esta luz que asoma ahora a los ojos de los hijos. La verde hierba crece por encima de nuestras rodillas. Hemos esperado a la carreta, pero los caminos han sido borrados. Los viñedos son un espejismo y los errantes campesinos han entrado a escena tras los remolinos de polvo. Son estos caballos resignados que avanzan por la empinada planicie los que persisten, los que fracasan en mi afán de olvidar todo.

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Alguna trama de Alice Munro

 Regresa a ese sueño en el que reparas cuando conversamos sobre alguna trama de Alice Munro. Eres feliz allí, frente al muro de la madreselva. Escuchas que los cormoranes han abandonado las playas y te impacientas. Recoges esa luz mortecina en tus ojos y respiras sin embriagarte del aroma a hortensias que resiste al viento. No está sola. Deja de interpretar palabras como las que siguen.

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Me has echado de menos

  Me has echado de menos estos días. No estabas en la puerta como otras veces para recibirme. Te has sentado en la mesa del padre y has sonreído con intención. Las agujas no se han movido. Todo lo que era violento ha amainado afuera. Los chicos recogen sus sillas y el libro de Verne se cierra para siempre. No mires mis manos; en efecto, alguien más las ha besado en el centro de Milán.

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miércoles, 19 de febrero de 2014

Fui feliz en aquel camino

   Pasaba las vacaciones de verano con mi familia en Agde, al sur de Francia, donde desemboca el río Heráult. Dormíamos en casa de mis tíos maternos. Rodeado de viñedos, montaba en bicicleta todas las tardes. Tenía siete años. Recorría un camino que atravesaba campos abandonados y rizados de maleza. Durante cuatro años, estuve pedaleando incansable bajo las sombras de moreras y chopos que crecían en sus márgenes. Muchos de los que reían conmigo allí, bajo las parras, ya no están. Como mi abuela, como mi padre.

   Luego vinieron los años en el internado, en el instituto, en la Universidad. Aprobé las oposiciones y ahora enseño Literatura en la Universidad, en centros de formación, en institutos. Mis tíos ya no viven allí. Mi hermano que, por entonces, no sabía apenas hablar, va a casarse en marzo. Hace dos días, con motivo de ambientar una novela en Agde, acudí a google maps. No sé por qué lo hice. En breves segundos, me encontré en la carretera y ahí estaba el camino de Chemin de la Prunette, con los mismos árboles, la misma piedra mohosa a un lado del chopo más alto, las mismas sendas que se perdían entre la hierba amarilla. He sentido terror y felicidad. Todo permanece en ese estado de inmersión como si esperase al niño de la bicicleta. Nada regresará de aquello. Fui feliz allí y, al mirar a mis hijos, presiento la impotencia, la oscuridad de este relato que, para otros, no debe significar nada, aunque a mí me embargue una sensación de pérdida y una voluntad de huida incorregibles.

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martes, 18 de febrero de 2014

Nada te merece

   Nada te merece. Aunque tu nombre no signifique nada para el resto. Los huertos no son visibles. Los carros con las cubas de vino ya no pasarán más por aquí, entre esta maleza. El viento no esquiva los perfiles de los caballos. Hallaremos la huida y los pozos nos beberán.

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Lost in ...

  No estás conmigo, pero ser consciente de esa ausencia es suficiente para regresar a este espacio. Tampoco volverás a clase ni compartiremos el cupcake del almuerzo. En la estación, algunos vagabundos duermen y nos exploran en su sueño intermitente. La tarde arroja su sanguina tras los muros y las esporas se esparcen como el polvo. Olvidaste mis ojos; asegúrate de mi nombre.

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No puedes volver a Agde

   No puedes volver a Agde. Ya no queda nadie con quien conversar allí, cerca de la casa de la Rue Danton. Los recuerdos, aunque sigan vibrando en ti, no son la vida. Los fresnos se agitan aún cuando las gentes pasan camino al río o se afanan en los mercados. El mismo camino que recorrías persiste no sólo en ti, sino en aquellos que ya no pueden estrecharte.

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Los ciervos no nos miran

  Nos han recluido en el oscuro bosque. Los ciervos no nos miran. Has echado de menos a los ausentes con los que hace años conversabas en este páramo. Ese árbol ha sangrado la luz del día y una mujer nos ha dado pan. Una vez, en este mismo lugar, vi a una mujer con una bicicleta. No era vieja. Llevaba un pañuelo al cuello y llegaba tarde a algún sitio. Esa mujer eran mi madre y mi abuela.

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lunes, 17 de febrero de 2014

Nunca sucederá

  Has dejado esas fotos sobre el diván. Ya no volverán esos tiempos. Sobre los restos de las sábanas, encuentras un sombrero y las telas que ella cortó anoche para un traje. Será para una ocasión especial, pero no sucederá nunca. La ciudad ha sido absorbida por la niebla. No reparas en que las palabras os han hecho perder estas vivencias continuas que fluyen en el tiempo hacia ninguna parte y no hay otro sentido. Restos, somos los restos de un resplandor momentáneo que cede a las formas.

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domingo, 16 de febrero de 2014

Fotos de Tokio

  A mi prima Elia

   Es incesante ese movimiento del fresno. Las hojas flotan en el aljibe. Las rodadas de algún carro son la escritura que necesita interpretar a solas como esas líneas de agua que el frío del mármol repele y resisten sobre la piedra. Todavía lo ama y los pájaros que se acercan al alféizar no son los mismos. La luz se desprende del mundo y las fotos de Tokio que hay sobre el diván desaparecen del mundo.

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sábado, 15 de febrero de 2014

Necesitamos una literatura de conmoción

 En estos momentos es necesaria una literatura de conmoción que provoque en el lector una sensación profunda de complejidad, de incertidumbre, de reflexión profunda sobre sus espacios y su forma de comportarse ante esta realidad hiperestimulante. Lo que encuentro como lector, docente y crítico es una literatura de entretenimiento, una literatura histórica que satura editoriales, grandes almacenes y tiendas de ocio.

  Es necesario que volvamos al lenguaje, a un análisis de su semántica a partir de una reinterpretación del mundo; la modernidad se está convirtiendo en un tabú y la historia, como sustancia de ficción, en una presa fácil. Lo poético, el sinsentido, la diversidad de estructura, el testimonio y el ensayo dentro de la propia narrativa pueden ser algunos de los horizontes de expectativas que nuestra narrativa necesita para ir más allá de lo literario y de lo simbólico. Coetzee, Lessing, Coe, López Mondéjar, Auster, por ejemplo, pueden ser algunos de estos escritores que procuran intentarlo y de qué manera.

Leyendo, de Anni Lepala
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Lencerías de Danton

   Las niñas de Inland lavan sus cabellos en los estuarios. Los bosques donde se escondían han sido barridos del mapa. Lo que me prometieron no lo han cumplido; han seguido jugando al pollito inglés sobre los vidrios. No mastico ese tipo de escenas. Las focas caen de los trapecios y la palabra "oso" proviene de "ursus", aunque las islas se hundan y esas niñas de Inland insistan en ponerse cara a la pared para no estudiar gramática. Tuve una vez una corazonada: y si estas niñas fueran el mismísimo diablo y les diera por quemar las lencerías de Danton. Qué iba a ser de esas mujeres con cuerpo de gacela que beben en los charcos para que disfrutemos de la belleza de su arqueado cuerpo.

Autorretrato de Claudia Regina
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Donde desembocan las figuras

  Has concluido con este fuego, pues los pastos arden todavía y no queda nada nuevo después de rebasar la esclusa. Las sombras de las casas se proyectan en el vacío y la intemperie es el espacio propio donde desembocan las figuras. Prenden los signos por las brasas que permanecen en los restos. Lo que consume la violencia renace en la noche, con un fulgor invisible. No animes a las serpientes esta vez.

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viernes, 14 de febrero de 2014

Porque quise tanto a Iván Ferreiro

   Los caballos se precipitan contra el laúd. Nada es firme en esta vida ni siquiera el líquido cuerpo sobre el que anticipas tu muerte con ese cuchillo. No arrugues ese folio en el que Iván escribió la primera letra de su alfabeto bíblico. La fantasía es fanática y los planetas de Holst giran sobre el césped. Un niño que cuenta estrellas ha fallecido esta mañana al cruzar la calle. Los caballos se precipitan sin mirar, siempre, siempre, aunque haya un paso de cebra.
  
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jueves, 13 de febrero de 2014

Lo que es olvido a veces

  Me has tendido la mano y hemos callado. Lo más excitante ha sido el silencio que ocupa el vacío entre los que allí nos citábamos. No quieras convencerme de que éramos felices. Se ha quebrado el rastro que anida en las palabras. Solamente me excluyes si el viento, o las mareas, a veces sostienen todo lo que contemplas. No éramos ni siquiera lo que ahora olvido.

Fotografía de Inés Ormazabal
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No estás

  No estás conmigo. Las puertas se cierran a mi paso. Las flores silvestres son empujadas por una fuerza parecida al viento. Las nubes opacas descienden al terreno y tardan los tordos en arreciar. Heme aquí, ante el horizonte desnudo, atraído por una sola palabra.

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miércoles, 12 de febrero de 2014

Las magnolias

   Renacen las magnolias. Ese haz de luz mortecina cae en picado. Los objetos se multiplican en los reflejos. Una incandescencia se aproxima al centro de nuestro equilibrio. Las palabras causan los árboles y las lianas. El aire pútrido inclina los plumajes. No eres otra cosa que esa figuración aparecida en un momento, en la pulsión de todo animal herido, en la estrategia de algunos artrópodos. No busques otro origen. Volverás a él, sin sentido de haber formado parte de este mundo.

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martes, 11 de febrero de 2014

Los nombres en los que no creemos

 A Marcos Matacana, por su alma de Argos

   No creo que los nombres asuman el vigor de los cuerpos. Tu templanza es irreprochable. Las pisadas de la nieve me recuerdan al ciervo. Los bosques son infinitos. Lamentas que los navíos lleguen a puerto. Los viajeros no han muerto en la travesía; deseaban morir en la tierra donde los pájaros anidan para siempre. Al rozar las telas, he descubierto la ceguera del siervo. 

Trabajo de Gottfried Helnwein
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El hielo rasgado

 A Inma Perán, a quien quiero

  El hielo se quiebra. Alguien rasga la página. El crepúsculo se extiende por la pendiente. Los insectos hierven en la hierba. Nada queda por asumir. La enfermedad se comparte como los lenguajes. El sueño es un ensayo de la muerte. Argos recibe a Odiseo en un lugar remoto. Los pájaros nos acucian con su inconsolable grito. La sima necesita la luz. Por otros derroteros, concluyen estas palabras. No importa ser inmortal.

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Fragmento de mi próxima novela

   No he conseguido nada en estos años a través de la escritura, salvo cerciorarme de que la búsqueda de esos matices que recobraran la plenitud de este momento por ejemplo es en vano. Los árboles se diluyen en un aura de claridad indivisible. Las personas que se dan cita en la hierba están inmersas en esa misma nitidez que separa el cielo de la tierra. No me queda otra cosa que abandonar, dejar de resistir, ser el mero observador de esa incesante quietud que desplaza cada objeto, a cada figurante. No somos más que una mínima vibración en la devastación de cada estrella.

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Sobre anémonas y payasos

  Payaso que ríe, payaso que muere. En las celdas de sal mueren algunos mendigos psicópatas junto a las anémonas. Las luces de la feria se han apagado por primera vez. Los perros apuñalados por los trapecistas resucitan entre la niebla. Dulce canción, esa que acaba con "Payaso que ríe, payaso que muere". Lo real no se escribe en las líneas de la mano y la muchacha Punk espera a Fogwill en el vestíbulo. 

   Cada vez que la risa se expande por la habitación, encuentro un incendio en el pasillo de Balibrea. Los niños escupen ceniza a los ojos y el acordeón suena y suena hasta que otro payaso cae. En los hoteles de esta calle, no hay tiempo para la lluvia, ni para la carcajada. Mal está, pero las balas deben seguir su camino.

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Los niños del hipérbaton

  En las clases de Gramática mueren los niños que corrigen los rumbos de algunos hipérbatos. No quedan más pelícanos en las azoteas. Han descendido a las calles sin otro fin que devorar los restos de los órganos fluviales. No entiendo que escuches a ese músico de flequillo sobre los ojos. Sacudes la distancia que hay entre nosotros y esa ciudad donde estos pájaros no podrán besar jamás a nadie. No hay carreteras sin apariciones. Ese músico de flequillo corto fue, en otra vida, la profesora que anestesió a los niños que aún hoy odian los hipérbatos hasta la muerte.

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Reflexiones sobre la fotografía de Hine

Máscara de la esperanza y del desaliento


Mi reflexión en Mundiario sobre la fotografía de Hine.

Una de las obras de Hine

   He visitado por segunda vez la exposición de Hine. Lo que más engrandece sus trabajos no es la inclemencia que reflejan los rostros de niños y obreros, sino los espacios que se repiten como una misma secuencia, un mismo movimiento interior que apremia a los hombres a llegar a Elle Island o a construir el Empire State. Una decadente armonía sobrevive en esa pureza que reflejan miradas ante el objetivo, torsos acunados en el aire, sin miedo al vértigo, a la aniquilación.

   Corazones ocupados por la esperanza desean hacer fortuna en la tierra prometida que desgastará sus cuerpos en aras de esa inventiva, de esa ilusión tan fatigosa. Adolescentes con sacas al hombro no dejan de observarme mientras circulo por la sala. El carbón en la piel de sus rostros es la máscara de un rito caníbal que acaba de comenzar en el centro de la ciudad. Hay dignidad en esa pobreza sustancial e inherente de mujeres que miran a la cámara con complicidad, rostros templados, absorbidos por un desaliento incipiente que las aguarda. Anoto matices en mi cabeza. Leo en sus ojos un afán de soberbia, pese a la calamidad que desprenden sus ropas ajadas, que los va minando lentamente, porque no es sincera, es la pose de la impotencia y de la incredulidad; no es la soberbia que sigue a la dignidad, es la soberbia de la enajenación, de saberse extraños al mundo, nada comprometidos con estos tiempos porque el destino los ha zarandeado con demasiada fuerza y no están dispuestos a sobrevivir, sino a soportar su propia existencia desgraciada y, aunque confíen en el futuro, no lo hacen con seguridad. En el fondo, temen que la prosperidad que han aprendido en los salmos para abastecer su corazón domado se cumpla y seguramente se hallen aún más perdidos, mucho más controvertidos con esa nueva vida, llena de satisfacciones.

   No sé si advertir, en esa clarividencia de Hine, un lenguaje puro e intransferible, más allá de lo artístico, de lo literario, o un testimonio sin otra ambición que documentarnos sobre unos tiempos a los que quiere atribuir un carácter heroico. La crudeza a veces es tan inverosímil, cuando no se padece algo parecido a lo que sufrieron estos que, junto a sus niños, aquí aparecen, zaheridos, sin compostura, embrutecidos desde el nacimiento, turbados en la imagen que queda sobre la escritura de Hine, inseparables ya de un mundo que el creador toma para sí como propio, tan ajeno ya a lo que sucedió, ahora que descubro que no estuve allí, con ellos, en el hacinamiento de los barcos, esperando ansiosamente que el ladrido de los perros les diera la bienvenida a la bendecida América.
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lunes, 10 de febrero de 2014

Blue light

  A Raquel y a Almudena

   Me has tenido en la confluencia de esas luces. He habitado el resto de los espacios. Los terrenos explorados han sido escritos por la mano esquiva. La pupila que se fija en el mirlo fue creada el mismo día que el jaguar. No hay temblor de las piedras ni fugaces hojas que se eleven. Los animales albergan la misma esperanza y se hunden las monedas lentamente. Los mismos caminos extravían a los poetas.

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La serenidad del nenúfar

    Hay vacíos entre las estrellas que no podré observar en esta vida. No es posible que volvamos a ver esa película juntos. No estaremos en la misma clase. No te llamarás Sofía, ni Claudia. En las palabras prende el fuego blanco, terrenos por sondear abiertamente, lo que subyace en la página como un aviso del vacío que se precipita conforme pasan los años. No podré volver a escuchar que tus manos han presentido la sombra de un ave inmortal o que se escapan los chicos por los maizales.

Obra visual de Arman Zhenikeyev
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Payasos en los estuarios de Iceland

  Los payasos se han retirado a los estuarios de Iceland. La muchedumbre reclama la llegada de los pelícanos. Están tardando demasiado este año. Ya no quedan payasos suicidas que nos alegren la noche. Los peces mueren en los fondos junto a los visionarios del psicotrópico y la literatura. Los que lavan el casco de los navíos han reído con esos payasos que visten con abrigos de nutria y matan patos en las rampas de los subterráneos. Echan de menos a los pelícanos los que traen la hojalata bajo sus pelucas. Las columnas, bautizadas con musgo, flotan en el aire cuando un visionario reza por tantas y tantas almas jocosas.

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No estás sola

  No estás sola. Aunque los objetos no te permitan recuperarlo. Cada recuerdo es un enmascaramiento de lo que sucedió en realidad. Nada es recuperable sin el cuerpo, sin el otro cuerpo. Lo que mencionas en tus cartas, lo que extrañas, una vez que ella ha desaparecido, no es más que una figuración dentro de la realidad inmediata. Las fotografías también te conducirán a un momento fracasado, improbable, sin parecido con lo que viviste, pero a veces es necesario recordar para no estar sola, para seguir sobreviviendo con la ausencia.

Fotografía de Pati Gagarin
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domingo, 9 de febrero de 2014

Hotel Patagonia

  Me ha gustado que te marcharas dejándome el juego de alfileres. Me has pintado las uñas antes de amordazarme. Luego mataste al cormorán y me lo echaste sobre la mesa. Los pomelos estaban podridos y la noche nos atrajo hasta ese hotel que estaba por hundirse, Hotel Patagonia. Los moldes de muñecas de cera reinaban en toda la habitación y el aceite hirviendo derretía el plástico de los blisters. Monedas de oro viejo en el interior de cada estuche por las que te desvivías. No hay drama en tu sonrisa, solamente la sombra del pulpo que acuchillamos juntos.

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La familia Burness

   Estoy cansado de dormir en colchones de paja. Los incendios arrasan el horizonte. Una humareda se extiende entre los tilos y los caballos desprenden su savia roja por entre los dientes. Alguien le ha sacado los ojos a esta muñeca que dormía conmigo. No han sido los cuervos, sino los herederos de la ceniza. No he querido confesarme ante el tótem, pero me temo que las langostas han devorado a la familia Burness mientras dormían la siesta. Yo, que dormía sobre la paja, no me he enterado mucho hasta que el humo ha llegado al establo con esa patética hija que come con las manos. Luces y sombras en el rostro de un detective que investiga el asunto mientras el fuego no cesa de devorar.

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Alicia y las fiestas de pijama

  Hoy no he quedado con Alicia en el quirófano. El sombrerero ha escuchado la letanía del búho nival y se ha convencido de que las autopistas son lanzaderas hacia la mutilación. Vomitan conejos los aparcacoches de Ray Strauss y los señores con abrigo de nutria se pasean por los desfiladeros esperando a que Alicia despierte de la anestesia. Hoy hemos comido lamprea y a la oveja gemela de otra que cuento una y otra vez antes de cerrar mi párpado enfermo. Alicia es una adolescente que ama el gore, las fiestas de pijama y a esos asesinos en serie que beben en sus celdas "sombra oscura, pájaro líquido que vertebra el bosque con su vuelo".

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Nina y los niños lagarto

 A quienes volvieron a esta última partida se les cortó la cabeza. No hay tiempo para que cuentes los trajes de cuero que lleva Nina. La piel de la serpiente ha cubierto el cuerpo del recién nacido. En algunos despachos, esa mujer ha encadenado a unos cuantos perros recién desenterrados y espera complaciente a que ladren. La piel de la serpiente ha regenerado mi paladar abrasado por el roce del asfalto. Nina me prepara un té rojo mientras, a oscuras, los niños intercambian sus lagartos en las esquinas. 

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viernes, 7 de febrero de 2014

Despedazadas aguas

  La hierba amarilla se eleva ante los ojos de la hiena. Un humoso rastro queda después de la orgía. Los cangilones flotan sobre las aguas despedazadas. La música resiste en el viento. La hierba amarilla asciende y, en torno a los ojos, el círculo de fuego nos sobrepasa. Los caballos huyen hacia la oscuridad. Los héroes no son los elegidos para arrastrar los cuerpos de la ceniza.

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Los zorros que vienen en la noche

   No has querido que esa lluvia se mostrara, ni los significados que los objetos, como esas piedras del interior del cuenco o las hortensias que crecen en el jardín, retoman de la incertidumbre. No somos más que la ceniza o las esporas caídas. La quietud del árbol, el éxtasis del tordo. Lo que sucede y olvidamos es la vida. La escritura pone cada cosa en su sitio y los hombres transcurren, y el afecto concluye cuando dormimos. Los zorros que vienen en la noche están escritos en la nieve.

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Aluviones

  Tras los pasos, los rastrojos, el fuego blanco. Queda mucho por vivir en esta terraza. Luces de ciudad desaparecen con las figuras. Atraes al centro los ecos del bosque. En las fuentes del agua, los reflejos encandilan a los muchachos. Ni siquiera están fluyendo los pájaros. Nos olvidaron en algún lugar. Silencio o consumación de la cosa; no te detengas en el aluvión de las imágenes.

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jueves, 6 de febrero de 2014

Tras los arbustos

  Esa tarde que se extingue tras los arbustos. Los animales resurgen de las pozas. Buscan heridas de luz entre la rocalla. Nadie escucha a nadie. Las campanas se hunden en las aguas. Lo que se evapora es el reflejo de un hombre que ha encontrado su árbol. Mañana lo encontrarán y, con los ojos enfoscados, algunos sembradores han de bajarlo a la hierba. Esa tarde que se extingue tras los arbustos no precisa de otra mirada.

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