lunes, 30 de diciembre de 2013

Un libro sobre las incertidumbres

Mi reseña sobre Quieto, de Márius Serra. Barcelona, Anagrama, 2010.


    A modo de diario fragmentado, al amparo del dolor y de la incertidumbre, la vida de un padre con su hijo, que padece parálisis cerebral, se nos presenta como una forma de conocimiento de nuestra propia existencia donde el presentismo –sobrevivir a cada día–subyace en la arquitectura de las vivencias, en su posible interpretación y desenlaces. 

    El escritor Márius Serra nos relata siete años de la vida de su hijo Lluís sin abusar del patetismo como otros títulos publicados con la misma temática, sino con un lirismo sutil que agradece, pese a la crudeza que arrostra a cada instante los cuidados del Llullu, la dicha de reconocer en su hijo la intensidad emocional de las rutinas, la utilidad del relativismo de las existencias cuando Lluís, y el resto de llullus no pueden sufrir o emocionarse como nosotros. 

  Su existencia es otra, indefinible, irreconocible siempre, sufrida, insegura y, por consiguiente, intrépida: “Él es un espejo que refleja qué cara le ponemos los demás al dolor. Hay gente que le ama y se le acerca con miedo. Otros se aferran a él, le estrujan, abrazándose a su quietud como si quisieran salvarlo de un naufragio. Incluso quien intenta mostrarse indiferente lo hace con una indiferencia forzada” (pág. 117). 

    La ausencia de lo que piensa y sufre inexorablemente su esposa Mercé o su otra hija Carla, salvo en algunos fogonazos a lo largo de la obra, nos induce a reflexionar que Quieto es una autobiografía del exorcismo, no de la sublimación, para revelarnos con asepsia la convivencia de Serra con su hijo, con la indeterminación y la irreversibilidad que paradójicamente definen una serie de patologías crónicas que los familiares jamás pueden racionalizar cuando la ansiedad tras la resignación, la impotencia, el maldito sentido divino de la justicia te persiguen, cuando la desesperanza sobre el futuro de su hijo lo invade todo y a todos: “No tengo conciencia de poseer un sentimiento trágico de la existencia demasiado acusado, pero desde que convivo con el Llullu cualquier detalle, por más insignificante que sea, me puede sumir en un estado catatónico que no sabría definir”. (pág. 121). 

    Los aforismos, imitando a Georges Perec o a Tertuliano, entre olvidar y no recordar, entre sufrir y deleitarse, sirven de epílogo a Lluís que corre en el vacío, hacia delante, siempre hacia delante, como un flujo de luz premonitoria, quizá de la fatalidad, quizá de un milagro, a través de un foliscopio realizado por el artista plástico Jordi Ribó: “Nunca podré olvidar las caricias que no recuerdo haber recibido”. Serra sabe que el autor de Quieto es Lluís, Lluís que no recuerda hablar a través de su padre, como unos inquietos ojos recién abiertos, vertidos a la oscuridad para continuar existiendo.
Leer más...

domingo, 29 de diciembre de 2013

Recordando al grupo Nirvana

La lírica, lo prohibido y la destrucción


Mi reseña en Mundiario sobre el grupo Nirvana.


    Traducía del latín cuando me enteré de la noticia. Lo grunge era un trance, una pose, un estado mental. Tras la muerte de Kurt Cobain, muchos artistas se atribuyeron las influencias del grupo y aquellas reivindicaciones fueron fatales para la música. Nirvana murió con Nirvana. Y los que seguimos escuchando al grupo consideramos que su modernidad no está al alcance de las frívolas réplicas que redundan en tópicos y melodías para ganar un mayor mercado. Nirvana fue el claro ejemplo de que el malditismo, bien conducido, puede ser un objeto de consumo. A mi generación, la de los noventa, el grupo nos marcó porque significaba lo que muchos teóricos intentaban explicar acerca de la posmodernidad; el carácter autodestructivo de nuestro progreso y el lirismo como forma de autocomplacencia en un mundo desarrollado que rechazaba lo instintivo y lo ancestral.

    Nirvana expresaba una violencia interior que, a través de sus letras irreverentes, concisas y no exentas de belleza, rompía con los tabúes impuestos tras la caída del Muro y, en un arrebato contumaz de cuerdas y cambios de ritmo imprevisibles, componía para escandalizar y para reprochar, pero siempre desde una lucha personal entre lo establecido y lo prohibido. Nirvana no fue un grupo nacido para el exhibicionismo del “Metal”, su exhibicionismo nacía de algo doloroso, muy adentro, de un impulso genuino, personal, que necesitaba la aceptación y la resignación de sus seguidores.

   Su rebeldía, su exceso, su conflictividad con el orden y las creencias, su estado de ánimo depresivo y su patología paranoica eran inconfundibles en aquella música que muchos interiorizábamos en nuestro cuarto, a solas, porque aquel lenguaje era único, auténtico y el que necesitábamos para encontrar un sentido a nuestras previsibles frustraciones de adolescente. No necesitábamos chupas de cuero, ni botas con hebillas, ni cabezas rasuradas. Nirvana dejó claro que la música, como la literatura, es un estado de ánimo, una forma de vivir en el margen, apurando la pasión inútil de nuestra existencia en un mundo que nos aboca a la muerte por suerte o por desgracia.

    Me enteré de la muerte de Kurt en una clase de latín. Traducíamos a Cicerón.
Leer más...

Batman. El caballero oscuro. LOCO

Gregg Hurwitz, Ethan van Sciver y Szymon Kudranski


Mi reseña en MinutoCero sobre el cómic LOCO. DC Comics.


    Desde hace dos décadas, el relato de las aventuras de Batman se ha convertido en la epifanía de un espíritu atormentado y perturbador, cuyas acciones, inspiradas en una justicia mesiánica, conllevan la génesis de nuevos enemigos, fuerzas emergentes de un mal congénito en el propio origen de Gotham.

   Para que el personaje evolucionara, guionistas y dibujantes han creado el arquetipo de un superhéroe más carnal que trascendental. Una clase de parásito entre las cenizas de Gotham a la que contribuyeron intervenciones como las de Frank Miller.

    Ha caído en mis manos el cómic LOCO (DC Comics) donde, siguiendo el acostumbrado relato de lucha de contrarios, el guionista Gregg Hurwitz introduce a los personajes de Alicia en el País de las Maravillas, singularizando el mal en el Sombrerero Loco, un perfil psicopático donde, nuevamente, como sucede en filmes y en mucha literatura de género policíaco, se justifica la procedencia y la deriva de la criminalidad para dotar de mayor trasfondo literario y verosimilitud al personaje.

    La diversidad de texturas cromáticas y de angulaciones para dividir las secuencias narrativas es prodigiosa, recrea con severidad las atmósferas claustrofóbicas de los entornos de Gotham. La inexactitud buscada de algunos perfiles, los trazos grotescos, frente al realismo descriptivo y figurativo de otras páginas, nos permiten sumergirnos en la perturbadora ansiedad que generan los propios personajes desde su angustia personal.

    Destacaría, además, la relevancia de los espacios, nada concretos, llenos de elipsis y sombras difusas. Una descripción de Gotham que se proyecta del interior tortuoso de la psiqué de los personajes hacia la ciudad posible, que en LOCO, permanece oculta, solamente intuida por los cientos de cadáveres que flotan en los cauces que serpean el centro.

    La historia amorosa de Bruce Wayne con la pianista Natalya, la infancia paranoica del villano Hatz y su conducta genocida, la exploración de los espacios recónditos de la mente y de la propia Gotham a través de poderosas metáforas visuales contribuyen a la construcción de la macabra interpretación de un relato tan paradójico y entrañable como Alicia en el País de las Maravillas. Redescubrimos así a un Batman, humano, herido anímicamente por la muerte de sus padres y por la corrupción moral que gobierna a su alrededor.

   El relato sobre el Sombrerero Loco es una inteligente forma de fusionar dos ficciones enigmáticas y sensibles; la de quien se conduce por la animadversión a sus semejantes como es el caso de este nuevo villano y la de quien se esconde, pese a su épica, de los hombres, sin calibrar que es otro parásito en la piel muda y sumisa de un Gotham infernal.
Leer más...

Prólogo de El Libro de Plomo

El prólogo que escribí para El Libro de plomo, un número especial de la revista literaria Empireuma



    Diversos grupos generacionales se reencuentran en este Libro de Plomo donde las páginas de la revista Empireuma se convirtieron desde los años ochenta en un estímulo creativo para la proyección nacional - y fuera de nuestras fronteras- de un importante número de artistas oriolanos.

   José Aledo ilustra cada uno de los textos que componen este libro, desde ese bestiario misceláneo y complejo en el que la seducción, la exploración del mito, la evidencia efectista de la sensualidad y la creación de simbólicos espacios han ido caracterizando la poética de su pintura.

Leer más...

sábado, 28 de diciembre de 2013

En la radiografía apareció la piel, de Alberto Chessa

Poemas que nos redescubren Ítaca


Mi reseña en Mundiario sobre la poesía de Alberto Chessa.



   El proceso creativo en sí mismo como expresividad de un lenguaje inédito cunde en la elaboración del nuevo poemario de Alberto Chessa, editado por Huerga & Fierro. Lo que destaco desde el principio es esa esencia tribal y dionisíaca que presenta la textura de sus poemas, pues la fusión de diversos referentes míticos y poéticos es significativa en la composición del símbolo, así como la percusión de un ritmo constante, sin apenas apocamiento, cuya fuerza radica en la necesidad de que el lenguaje convoque realidades complejas, inasumibles en nuestro tiempo, aquellas que el autor considera como evocadoras de su propia identidad: lo mítico frente al ídolo, el barro frente al artificio, la contemplación frente al ocio: “He conocido ya el Kilimanjaro,/ Las ruinas de los incas y el peyote,/ El viento en alta mar, como un azote/ De Dios Nuestro Luzbel, oscuro y claro./ He conocido el fuego y el ignaro/Placer de polizón en paquebote” (pág.9).

    El poeta José Luis Zerón destaca de la obra de Chessa su carácter de modernidad y es cierto cuando entendemos la modernidad como ese sincretismo cultural que no renuncia a la tradición, sino que la inserta en una nueva estructura de temas y referentes. El componente homérico subyace en la alusividad de imágenes, siendo la mitología una referencia implícita en la elaboración del discurso que Chessa ejerce con intención de acabar con los ídolos de barro que gobiernan desgraciadamente nuestras creencias oficiales : “Vino mi perro a olisquearme./ No me reconoció. Cerró los ojos./ Vi mi rostro flotando entre las aguas./ Tampoco yo reconocí esa estela./ La luz del Mar Menor se me pegó a los labios/ Y me dejó un rasguño” (pág. 13).

    La transculturación o la mixtura de diversos lenguajes culturales construye esa Danza del Diablo Verde con la que cierra la Parte Primera, El manuscrito del Mar Menor, pues la telemaquía que impregna el regreso al hogar, a la tierra prometida, no deja de ser la búsqueda de una identidad fallida, llena de incertidumbres y de fracasos, que el poeta reconstruye para seguir adelante como acoplamiento del hombre a su sociedad, leyendo a Bourdieu. La quilla hacia las nubes, la edad cumplida, las olas embrionarias, por ejemplo, son poderosas sinestesias de quien encuentra en el lenguaje una forma de escapar hacia su propio origen, un origen transformado, necesariamente transformado por la belleza de la expresión y la semántica: “Esta tarde anubada me cabe el mar entero/ En el abdomen. Sé muy bien/ Que fui de niño un dios en cuyo sueño/ No aparecía el hombre que ahora soy./ El mar se extiende como un hule/ Y en él coloco los trebejos/ Y en él reanudo la partida” (pág. 19). Ese proceso transformador donde interviene lo transcultural está formalizado en un barroquismo, a veces sin pulimento, pues lo telúrico contrasta de forma vehemente con la elaboración de atmósferas sutiles. La fuerza de las manos frente a la densidad del humo. Todo renace en lo que siente y todo muere en lo que contempla y eso es admirable en la poesía de Chessa: “Sí, las fotografías envejecen,/ Lo mismo que envejecen los cuerpos y las almas./ No en su apariencia: en las siluetas que dibujan/ Y que a veces resultan ser tú yo./ Sabemos que el amor es verdadero/Cuando se sobrevive a las fotografías” (pág. 25).

    La Segunda Parte del libro, El pescador, es un poema largo donde Chessa persiste en esa esencia bárdica de rendir tributo a la naturaleza oral de lo épico. Lo elegiaco de este salmo nos conduce a reflexionar sobre un presente que no reivindica la creatividad de los dioses, ni la ebriedad de la palabra dicha o escrita, como si la realidad existente hubiera usurpado la realidad antojada a la que pertenece el creador, aquella donde solamente es posible la hazaña, lo instintivo, lo libertario, la sinrazón; cualidades humanas que la contemporaneidad ha marginado. El fariseísmo ha matado al hombre y el niño, como en Nietzsche, es un estado exultante para la creación. Es necesario desafiar los territorios consumados porque el creador sobrevive en la frontera: “No hay sueño que no busque su raíz, fiel, su tronco./ En qué me vi yo solo para doblar las sábanas./ El alba es la insistencia creciente de sus ruidos,/ escribe Jordi Doce./ El mañana es ayer. (...) Esta orilla pequeña donde yo espero y me arrugo./ No se sueña lo mismo en según qué posturas:/ Si de feto a la izquierda, con el mundo a la vista,/ O de cúbito prono, todo el peso en los párpados./ Quiero volver a Málaga, con los zapatos rotos/ O a pata coja, haciendo equilibrio al enfranque” (págs. 39 y 43).

    En la radiografía apareció la piel es un libro que muestra un proceso inminente de solidez en una voz poética con una entidad propia. La intención de esos versos demuestra esa evolución. A la voz de Chessa le sobra técnica y demostración de esa técnica; pronto se manifestarán, así lo espero, los visos de una depuración máxima donde la espontaneidad fluya finalmente como un “brillo de puñales". Por ahora, lo tiene claro, como Canclini: no hay por qué sostener que se perdió el significado del objeto, sino que se transformó. La cuestión es que la poesía pueda, pueda finalmente, Alberto. Enhorabuena.
Leer más...

El puente de piedra


    Los restos persisten en los lodos. Los hijos caen. Las campanas que suceden a la luz provienen del sueño. La realidad es otra imagen reflejada sobre las aguas. Los hijos caen. No hay fuerza suficiente para tensar esta cuerda. Los animales escalan las piedras. Las aguas ascienden. Resuelvo que es mejor ceder y camino hasta el puente de piedra. Los hijos caen.
Leer más...

martes, 24 de diciembre de 2013

La mcdonalización social

George Ritzer analiza los problemas de la racionalización


Mi análisis en Mundiario sobre una obra fundamental de George Ritzer.


   Recurro al manuscrito encontrado. Hace años, cuando estudiaba Antropología, cayó en mis manos la obra de George Ritzer, La mcdonalización de la sociedad (Editorial Ariel). La obra pone en crisis las supuestas ventajas de la racionalización a la que nos ha llevado el capitalismo durante esta última década, enfatizando la pérdida de la cooperación, de la reflexión y de la creatividad. La hiper-estimulación publicitaria y tecnológica de las grandes empresas está contribuyendo a ese proceso de transformación.

    La autonomía funcional y racionalizada del sujeto se ha convertido en el principal objetivo de las empresas, superando el sistema fordiano e introduciendo al consumidor en un proceso de autoaprendizaje donde el self-service y la autogestión son prioridades básicas en el mundo en el que nos movemos: “En los supermercados que disponen de escáneres, los precios aparecen en los productos; sólo tienen un código de barras. Este cambio proporciona al supermercado un mayor control sobre la clientela: en un creciente número de estados es casi imposible que el cliente pueda llevar la cuenta de lo que compra” (pág. 137).

    Estos procesos de automatización promocionan que el individuo sea el único actor en su compra semanal dentro de los hipermercados, en el consumo de productos alimenticios de fast-food y en la elaboración de un tipo de noticias, "noticias mcnuggets", donde lo importante es la rapidez de lo que se dice y no la calidad informativa del mensaje: “Un interesante ejemplo del acento en la cantidad más que en la calidad lo constituye el periódico Usa Today, que destaca por su estilo a lo “comida basura”, es decir, por la ausencia de solidez de sus artículos cortos, sencillos y de lectura rápida” (pág. 97).

   Ritzer entiende que el proceso de mcdonalización se está extendiendo como una clase de universal a la hora de legislar la educación, la información, la política y los servicios médicos. La creatividad, la innovación y el carácter emprendedor de los grupos desaparecen con este orden sistémico programado desde las empresas: “La apertura de un nuevo establecimiento McDonald´s en una pequeña ciudad puede llegar a convertirse en un gran acontecimiento (...); la apertura del McDonald´s de Pekín fue noticia de primera plana” (pág. 19). Es notable la directriz neomarxista del ensayo; lo que podría condicionar en algún momento la orientación metodológica y la finalidad del estudio.

   Sin embargo, es sobrecogedor el análisis minucioso de procesos de manufactura, distribución y de consumo que Ritzer, a partir de la cadena McDonald´s, muestra para describir la exclusión social, la pérdida de derechos laborales y la ausencia de conciencia crítica por parte del consumidor en otros ámbitos como: los medios de comunicación, las fábricas de comida rápida, las compañías de móviles, las viviendas de alquiler para vacaciones y un largo etcétera.

   Lo que demuestra Ritzer es que el self-service se ha impuesto en cualquier contexto y que la facilidad de autogestión ha provocado la reducción progresiva de mano de obra y el convencimiento por parte del consumidor de que el individualismo y la autonomía funcional son siempre ventajosos, pese a vivir en un mundo globalizado desigualmente: “La inteligencia artificial proporciona a las máquinas la capacidad aparente de pensar y de tomar decisiones según hacen los humanos. Promete, además, grandes beneficios en numerosas actividades y sectores, por ejemplo, la medicina. Sin embargo, constituye también un enorme avance en el objetivo de eliminar la cualificación de las personas. En efecto, la capacidad de las personas para pensar irá siéndoles arrebatada cada vez más y trasladada a la tecnología. Y como es obvio, todo ello promete un control aún mayor de la tecnología sobre las personas. Las bombas inteligentes del futuro, provistas de inteligencia artificial, pueden “decidir” caer sobre objetivos nunca previstos por sus inventores” (pág. 151).
Leer más...

lunes, 23 de diciembre de 2013

Inmersión en un paisaje


    La franja de luz que se extiende sobre el terreno se sumerge al fin. Los niños juegan en los fondos. Chapotean el agua de los estanques y recelan de este amanecer. Escrutan la removida tierra que hollaron algunas alimañas. Beben el crepúsculo hundido en los sotos y marginan la oscura resonancia que palpita aún entre las piedras.
Leer más...

Nace una nueva ley antiabortiva en un gobierno que recorta en atención a discapacitados

Mi análisis en Mundiario sobre la nueva ley del aborto.


    ¿Cómo puede un Gobierno hacerse valedor de una política antiabortiva cuando los recortes sociales están afectando al cierre de Centros de Estimulación Temprana? Me consta que las cuotas en algunos colegios con atención a niños con Síndrome de Down se han duplicado y la suspensión de la Ley de Dependencia supone una devaluación de la calidad de vida en muchos afectados por enfermedades crónicas y minusválidos.

   Lo importante era salir en la foto, independientemente de la ideología, cuando la Ley de Dependencia se aprobó sin valorar los tiempos de las partidas necesarias para los enfermos. Ahora algunos periódicos celebran las nuevas premisas de la ley del aborto y silencian que los recortes sociales están minando la vida de niños, que, por sus minusvalías, necesitan recursos y tratamientos para sobrevivir.

    Cómo puede un partido de la oposición declararse socialdemócrata y hacerse valedor del Estado del Bienestar, cuando es incapaz de sacrificar las subvenciones a su propio partido para evitar que la atención a la diversidad en Educación y en Asuntos Sociales desaparezca progresivamente.

    Estos recortes en Atención Temprana y a la Diversidad implicarán la exclusión de numerosos grupos sociales, una vez que fallezcan los padres, y las consecuencias económicas a corto plazo no serán asumibles por ninguna Administración. Está comprobado y lo saben. Lo importante para el PP es rescatar a un electorado que cree en la sumisión y en el mal de ojo. La cosa debe andar mal en las encuestas.

   En efecto, algunos periódicos abanderan con brío la reforma de Gallardón y callan la desaparición de las ayudas sociales a madres y padres que decidieron, como auténticos héroes, dar a luz a un hijo con graves minusvalías. Dan ganas de que nos invadan los americanos. Peor no se puede hacer. Pero que no falten las subvenciones a la patronal, a los sindicatos y a los partidos.
Leer más...

Insatisfacción y dicha en los versos de Ángel Rupérez

Mi reseña en Mundiario sobre la poesía de Ángel Rupérez, Sorprendido por la alegría. Bartleby.


    Es inexcusable. Hay un tono machadiano en los poemas que comprenden el nuevo libro de Ángel Rupérez, "Sorprendido por la alegría", editado por Bartleby. Esa nostálgica determinación de los espacios que no regresarán jamás parece confinar al poeta a un exilio voluntario como manera de comportarse en la realidad. Un impulso ascético mueve a la palabra a profundizar en los recuerdos para retirar al hombre de las actuales complejidades de nuestro entorno: “Solo hay eternidad y humo de casas, / y un yermo convertido en esencia” (pág. 27).

   Parece que el hecho de ausentarse del mundo a través del recuerdo necesitaper se la palabra, el símbolo, solamente reproducido en la evocación del poema, en la sugerencia donde lo objetual se ha convertido en una representación del lenguaje, en intuición de una realidad ya transformada: “En la lejanía en la que se pone el sol,/ en ese indescifrable crepúsculo,/ donde las dulces venas pintan de sangre/ la bondad del cielo,/ allí no hay tiempo,/ ni siquiera conciencia,/ ni silenciosa queja”. (pág. 27).

   La polisemia de lo crepuscular, el orfismo del paisaje, la sucesión de escenas costumbristas corrigen el presente que se caracteriza por su escaso refugio para la reflexión y, por tanto, para el flujo de la propia escritura. La memoria narrativa -que el verso de Rupérez fija- evita que el pasado sea un estadio de la conciencia inmóvil, más bien todo lo contrario, el pasado es impreciso, insólito e inédito. Las palabras se convierten en una suerte de clarividencia para asegurar que el símbolo reconstruya un referente que el autor necesita para huir del acá y para manifestarse allí como un visitante nunca extrañado con todo lo que lo circunda, absorto, sin embargo, por la vehemencia de cada cosa que acontece ante sus ojos y por la fuerza telúrica de ese espacio que considera propio y al mismo tiempo irrecuperable, salvo que el símbolo sostenga el significado en una especie de estabilidad de sentidos, pero eso es impredecible en poesía: “Qué sensación más rara ha sido preguntar al portero/ y que me dijera que mi alma se había ido/ como las golondrinas en el último otoño,/ cuando las vi desaparecer desde el ventanal” (pág. 60).

    El orfismo del paisaje que acontece en la irrupción de animales, en la descripción idealizada de sendas o en el abrazo a la frondosidad sostienen un tono elegiaco cuando el autor reconoce que el lugar hallado no es el lugar imaginado, sino que la palabra ha minado la realidad ensoñada y que el símbolo sobrevive al objeto. El símbolo es más poderoso que el acto de recordar aquello que necesitamos recordar a través del lenguaje: “La iluminación del cielo es su pura presencia/ y cierta memoria que no sé comprender./ ¿Hasta cuándo? Un conjunto: no te vayas,/ quédate, no desaparezcas, tiempo fijo/ ojalá fueras, y yo también duración incansable,/ y los dos sujetos al encuentro de una mirada” (pág. 74)

    El tiempo cíclico se desprende de la lectura de cada poema porque la naturaleza que el símbolo impregna es sucesiva, duradera en un espacio inexistente en la realidad: “Conozcamos el vértigo y toquemos con los dedos/ tranquilos una hoja del más sereno chopo” (pág. 51). Las irrupciones, las sombras que van y vienen por los derroteros que bordean las casas, el silencio mismo o la mirada escrutadora de aquello que conmueve, porque nos recuerda lo que ya no somos, confirman la extinción del yo que ha buscado la inocencia en un pasado dichoso, la apaciguadora sensación de pérdida para resistir la rutina, su materialidad sin ambigüedades ni proyecciones simbólicas.

    Pero la palabra transforma lo deseado, enuncia otra clarividencia de un mundo que ya se ha ido para siempre y ser consciente de ese hecho puede ser frustrante: “La duración es costumbre pero también aguante, resistencia al desgaste de la casualidad fugitiva” (pág. 55). Vivimos lo que añoramos, pero lo que se añora fue también alguna vez un insatisfecho presente y, por esa razón, las palabras re-escriben las apariencias que se involucraron en el proceso de creación. La apariencia, su mera vibración como una imagen difusa, es lo que recuperamos. El lenguaje ya es otro: “Creemos que las cosas se pierden como las hojas/ y que nunca volverán, como las hojas. / Pero, ¿y si regresaran, como regresan las hojas?/ ¿Cuándo? Ahora mismo, en la muerte/ de lo que muere en este otoño radiante/ donde vuela el viento con las semillas de la vida” (pág. 22).
Leer más...

Despojos de la luz


    Lo que queda tras la inundación es la osamenta. Estrecho el círculo. Los perros jadean entretanto y a tientas buscan sus sombras. Se persiguen. Despojos de luz. Dispersión de las esporas. Aquí y allá, se persiguen. La osamenta es esa palabra a la que renuncio cuando la inundación cubre tantas extensiones.
Leer más...

Los ojos sin rostro

El silencio, el suspense y la belleza


José Antonio Cayuelas y yo hablamos de Los ojos sin rostro en MinutoCero.


   La película de Georges Franju nos introduce en un crisol de experiencias difícilmente verbalizables. Es esa falta de verbalización lo que nos introduce en una relato lleno de suspense, de incertidumbre, de silencios significativos en el que el asesinato, implícito en la rutina de una familia, nos inquieta de tal manera que, por momentos, parece que la película se mueve en el terreno de la ciencia ficción, de lo imposible, pero no es así.

    Es inevitable pensar que los perfiles psicopáticos como los que desarrolla Franju pertenecen a nuestros contextos, a nuestro tiempo, y que el crimen es perfectamente armonizable con una vida de mesura, sobria, admirable incluso. El deseo de la belleza llega a tal extremo en la película que la muerte es un mero trámite para conseguir el objeto deseado. La moral, los preceptos religiosos, las leyes no importan; son una farsa, un artificio en la práctica del asesinato. Franju encuentra en el juego de las falsas identidades y en la sobreprotección de un padre hacia su hija suficientes motivos para elaborar un discurso eficaz, con una huella imborrable, con un efecto hipnótico duradero.

   El minimalismo de los espacios, la claustrofobia evocadora y sibilina de las atmósferas, los rostros sin carnalidad, sin vitalismo y la iluminación clara, abierta, desnuda de pretensiones, consiguen que Los ojos sin rostro conformen un relato sutil, ambiguo, anclado en la paradoja, pues la normalidad de las convenciones oculta oscuras y depredadoras miradas hacia el mundo.

   Una máscara blanca nos dejará perplejos a lo largo de este relato. Ese rostro sin ojos es una metáfora del enmascaramiento que padece nuestra sociedad cuando buscamos la racionalidad, la justificación y las causas probables en la actuación de una mente criminal para la que el caos es el único orden justo por el que luchar.
Leer más...

jueves, 19 de diciembre de 2013

Sombras y textos (1990 - 2007), de Jaume Plensa.

Mi reseña en Milinviernos sobre el escultor Jaume Plensa.

Jaume Plensa (Barcelona, 1955)

    La escultura de Jaume Plensa explora las posibilidades simbólicas del espacio, destacando, en el volumen de sus figuras, el convencimiento de que la cosa es tan importante como la ausencia de la misma.

   Lo que existe está condicionado por su perpetuo carácter de irrealidad, de no pertenencia al mundo, salvo por ese espacio que ocupa, próximo y también anodino. Algo parecido se aloja en los versos del escultor que, a modo de breves pensamientos y aforismos, traducen la belleza de una realidad tan desconocida para el espectador como para el creador, incluso una vez acabada su obra.

   Quizá Sombras y textos (1990-2007), editado en Galaxia Gutenberg, no revele nada sobre la poderosa insinuación de las esculturas de Jaume Plensa, sino más bien lo que precede a esa forma, esto es, lo que nunca acabará por revelarse porque la realidad inacabada es mejor que aquello que se da por acabado, donde no cabe la interpretación, ni la esperanza de hallar otros significados que afronten la fugacidad de nuestra carne.

    En ese debate consiste la permanencia de la escritura, del arte; entre lo manifestado y lo que aún queda por decir, lo que no se ofrece, lo que subyace, lo que se oculta. La escultura, la palabra, sobreviven, se proyectan, son sugeridas en ese artificio, en el enmascaramiento de lo que existe en otro lugar inescrutable: “La mesa desierta parece una casa vacía:/ Su eco devuelve una y otra vez la entrecortada voz de periódicos amontonados/ en silenciosa putrefacción” (pág. 97).

   En esa indefinición, que a mis alumnos explico como inefabilidad, reside la obra, su posible concreción, su irreverente inclusión en nuestro mundo: “Puertas, ciudades, palabras, ideas:/ Lugares simétricos. Un nombre./ Una dirección./ Una llave” (pág. 51). Lo que escribe Jaume Plensa forma parte de un flujo, del mismo flujo de luz instigadora, más allá de lo inspirado, que requiere la realidad para simular su idea, frenética o extática, liviana o ingente.

   Todo queda, sin embargo, después de la obra, pues la acción de lo que vemos, de lo que percibimos, es el desastre del naufragio, los destrozos admirados, el ídolo de lo que se hemos sumergido: “Una frontera entre los labios./ Miles y miles de cuadrículas blancas/ abriéndose como hospitales: Entro en tu boca para dormir con las palabras./ Palabras como sábanas, simétricas como orejas” (pág. 15).

    Que Jaume Plensa necesite de la escritura para seguir creando nos sobrecoge porque se sabe así que su creación no acaba en el volumen de la piedra, sino que la voluntad de existir por completo está en otro asidero, en el flujo limitado de las palabras. Como una necesaria sucesión de sus formas y materiales con los que Plensa incomoda al vacío y penetra en el inquietante mundo, en su magmática inconclusión: “La vida/ gira y gira sobre nuestro cuerpo de cristal./ Nuestro cuerpo tatuado de silencio./ La vida/ gira y gira sobre la copa de cristal,/ sobre nuestro cuerpo en silencio” (pág. 73).
Leer más...

Quien te llevó a los hombros



    Extrañas que el hombre que hunde los dedos en las huellas no sea tu padre. Quien te llevó a los hombros ha de esperarte junto al pozo. Una vez dibujó un mirlo para ti. Los pasillos se apagan y nadie puede guiarte hasta el cuarto de juegos.

Leer más...

Animales que no callan


    Espero que sigas ahí, contemplando la orilla rizada de cañas, el mirlo acuciado por otra oscuridad que emerge. Al fin, el lugar que ocupas tiene el sentido como los lugares que ocupan el resto de las cosas. Entro en tu boca. Los animales que no callan son una invención después del sueño. Mis pies se hunden. El barro, hacedor de la vida, retiene estos espasmos de luz.
Leer más...

miércoles, 18 de diciembre de 2013

A la memoria de la periodista Anna Politkóvskaya

Europa y las pseudodemocracias


Mi artículo publicado en Mundiario.


    Me sobrecogió el tono sobrio y sincero que la periodista rusa articulaba en sus reflexiones sobre la gestión política del gobierno de Putin. Esa claridad expositiva, sin miedo a la represalia ni a la censura, la he visto en pocos periodistas de Europa. La muerte de Anna Politkóvskaya, asesinada en la puerta de su casa, no es casual y ratifica la tensión política que algunas pseudodemocracias sostienen con tal de mantener sus avales de poder.

   Lo que la periodista plantea en sus escritos, especialmente en su Diario ruso, editado por Círculo de Lectores, es la anomia de un sistema político donde la censura y la militarización del poder condicionan la evolución social de cualquier conciencia crítica contra el gobierno de Putin. La ocupación militar, la ocultación de información a la opinión pública de asuntos de relevancia política trascendental, como los atentados escalonados por grupos independentistas a lo largo de esta última década, la falta de diálogo del Gobierno con las provincias ocupadas por el ejército, la gestión errónea de tragedias como el hundimiento del Kurtz o la masacre en la escuela de Beslan son algunos de los asuntos que Politkóvskaya disecciona con datos precisos responsabilizando directamente a políticos y militares.

   La experiencia periodística en Diario ruso refleja una honda preocupación por destapar las miserias de un sistema político que ha encontrado en el mutismo de su población, en su sentido ancestral de la servidumbre, una forma de regirse que atrae a la corrupción y a la desidia: “En Moscú se ha producido un gran revuelo por culpa de un nuevo libro de texto de historia. Los representantes de Rusia Unida exigen que Putin pida que se citen con orgullo” los sucesos de la guerra soviético-finlandesa de 1939 y la colectivización agraria de Stalin. Insisten en que nuestros niños deberían leer otra vez un enfoque soviético de la Segunda Guerra Mundial y del papel supuestamente positivo desempeñado por Stalin. Putin está conforme. El aliento del Homo sovieticus nos acaricia suavemente la nuca” (pág. 99). No está exenta de su argumentación la partitocracia que gobierna toda la estructura administrativa del Estado así como el empuje del poder financiero sobre los mandos de los partidos. Parece que a eso se va acostumbrando el pueblo ruso, como hizo tristemente con el zar y con Stalin: “La revista Itogi pregunta a la gobernadora de San Petersburgo: “¿Puede Rusia ser una república parlamentaria sin presidente?”. Valentina Matvienko, una estrecha aliada de Putin contesta: “No. Eso no funcionaría para nosotros. La mentalidad rusa prefiere un amo, un zar, un presidente. En otras palabras; un líder”. Matvienko sólo sabe repetir lo que escucha en el círculo de los que rodean a Putin” (pág. 261).

    Esa estructura económica subordinada al rol de los partidos y quienes los conforman, así como el control de los medios y la persecución a aquellas voces que ponen en crisis los mandamientos del régimen, no distan de las credenciales de algunas pseudodemocracias, me atrevo a decir, que se están fraguando dentro de la UE. Un aura de oligarquía política y económica, basada en la manipulación mediática, en la ideologización de los sistemas educativos y en una estructura administrativa regida por los partidos, se cierne sobre nuestras diversas realidades sociales.

   Increíblemente el aparato político que critica Politkóvskaya sobre Rusia parece haberse trasladado a nuestras administraciones, comenzando por las locales. Pienso, desde hace mucho tiempo, que no es posible que el hombre acepte una única forma de gobernar, de acatar los fundamentos y las órdenes que prevarican su integridad, su decencia y, por tanto, me niego a aceptar que exista una única forma de vivir o de morir: “Continúan las misteriosas muertes de personas próximas a las autoridades estatales. En Sochi, Piotr Semenenko ha caído por una ventana del piso decimoquinto del Hotel Noches Blancas. (…) Semenenko era una figura destacada del panorama industrial, muy vinculada a San Petersburgo. La mayoría de la gente opina que la principal razón de su asesinato está en las discrepancias sobre la participación en los principales activos industriales bajo el sistema de capitalismo de Estado de Putin”. (pág. 410-411).

Descanse en paz Anna Politkóvskaya.
Leer más...

lunes, 16 de diciembre de 2013

Iris y Dédalo

Un mundo lleno de inquietantes encuentros con lo desconocido


Mi reseña en Mundiario sobre el trabajo de Jesus Gallego Mula y Emilio Gallego Mula.


    Cuando conocí personalmente a los hermanos Gallego me sorprendió su talento creativo, su compromiso con el arte y la humildad con la que asumían su capacidad para crear y competir actualmente en un mercado tan complejo como el del diseño creativo.

    Dentro de ese compromiso con el arte y el dibujo, su reciente trabajo, Iris y Dédalo (Editorial Alamut), refleja la visión personal y autónoma de un mundo propio donde se entremezcla la influencia del cine de animación japonés y esos rescoldos de un Disney primitivo.

   Bajo el guión de una historia de aventuras, con una estructura de cuento tradicional de carácter oral, los hermanos Gallego trabajan con dos personajes, dos buscadores de dragones, Iris y Dédalo, para sumergirnos en un mundo lleno de inquietantes encuentros con lo desconocido, con pueblos extraños y seres fabulosos, rescatados de una Edad Media fílmica e idealizada.

    Los trazos rotundos de unos dibujos cerrados, sin ambigüedad e imprecisiones, simétricos, de formas ovaladas y con texturas llamativas en cuanto al color, hacen que Iris y Dédalo sea un libro atractivo para los niños, pero que también pueden disfrutar los adultos. Porque la historia, no exenta de guiños irónicos, y la secuenciación dinámica de las viñetas, vertiginosa en algunas páginas, reproducen esa herencia filmográfica que prodigiosamente el libro adapta según vamos leyendo y disfrutando de la ilusión que fabrican las ilustraciones.

   La textura de los contrastes de color, la condensación armónica de espacios y protagonistas, el imaginario de máquinas y dragones, por ejemplo, contribuyen a esa verosimilitud propia de la fantasía infantil donde lo imposible, lo inaudito, acaba por ser acertadamente visible y probable en nuestra realidad. Lo lúdico, el acertijo, la acción veloz y los espacios inexplorados son algunos de los tópicos significativos que hacen de Iris y Dédalo una fábula de héroes contra villanos, con pocas pretensiones didácticas, salvo la de perseguir a los abusadores de dragones y revelarnos la intrépida carta de bitácora de lo que promete ser un proyecto más ambicioso. Enhorabuena, Emilio y Jesús.
Leer más...

Hay españoles que han vivido y siguen viviendo por encima de sus posibilidades

LO QUE NO DICEN DE LA CRISIS. Mi nuevo artículo de opinión en Mundiario.

El billete de mayor valor en euros es también uno de los más numerosos en circulación

    No lo acepto. Me niego a que un político use frases del tipo: “Estamos en crisis”, “Sufrimos la mayor recesión de la historia de España”, “Afrontamos estas reformas con responsabilidad”. No lo acepto. En España, hay muchos que no sufren la crisis y son dignos de un memorial de esperpento: banqueros retirados con pensiones millonarias, políticos imputados, subdirectores de Consejerías de Cultura, concejales de urbanismo, jugadores de balonmano, expresidentes del gobierno, ministros que escriben sus memorias, sindicalistas, vendedores de seguros, jueces que cazan en cotos privados, consejeros de compañías eléctricas, asesores financieros, rectores, periodistas del culebrón y del topacio.

   Hay españoles que son felices, que no sufren ninguna crisis, que no madrugan, que no dan vueltas en la cama por la noche, que no toman Lexatin ni Prozac, que no tienen hijos minusválidos. O hijos que van a aulas prefabricadas. Son españoles que, a diferencia de esa señora que tengo aquí delante, en la cola carnicería, no compran jamás huesos para perro con los que, desde hace unas semanas, hacen los caldos de la semana para toda la familia.

    No lo acepto. Hay españoles felices. No “sufren”, aunque, delante de los micros, digan con aire torturado que “sufrimos”. Un cuerno. No tienen bolsas de arroz Hacendado en el armario de la cocina ni están casados con mujeres que borran con una goma Milán los libros de texto del año pasado. Así que tiene razón ese rancio tertuliano que suena en el ambigú: hay españoles que han vivido y siguen viviendo por encima de sus posibilidades.
Leer más...

domingo, 15 de diciembre de 2013

A los que me leen. A los ausentes

    “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía ni leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, se levantaba a darle de comer a los cerdos. Era mi abuelo”, así comenzaba el discurso del escritor José Saramago el día que recibió el Premio Nobel de Literatura hace ya más de una década.

    Ahora que los recuerdos comienzan a arrastrarme hasta impredecibles caminos de soledad como de creación enfermiza, presiento que hay mucha razón también en los versos del filósofo Edmond Jabés: “Cuando en el colegio escribí por primera vez mi nombre fui consciente de que comenzaba a escribir un libro”. No hace tanto tiempo que comenzó en mí ese libro, recién salido del parvulario, al girar una cuartilla en blanco con la que adivinar mis primeras letras entre garabatos y grecas.

    De todos los recuerdos que ahora regresan a mí, ninguno es tan clarividente como que mi padre trabajó en un almacén de UDACO durante veinte años, hoy convertido en un improvisado taller de costura, agarrado a la herrumbre y mascado por los tiempos. Todos los sábados, mi padre me llevaba a la lonja del pescado a recoger partidas y canastas de morralla y sepia para las pescaderías de mi tío Arsenio. En un camión prehistórico que relinchaba y que bacheaba con cada tramo, como un naviero fantasma, pero roncón, llegábamos a la lonja para acabar los encargos.

    Tenía yo seis años.

    En aquellas costumbres rutinarias de cualquier familia de obreros con estragos económicos a fin de mes, mi madre sin embargo compraba libros que amontonaba por toda la casa y que ella apenas hojeaba. Quiso ser maestra alguna vez, pero no pudo porque tuvo que trabajar para mantenernos. (Eran los recios tiempos). Yo cometí el error irreparable de entrenarme con algunas de aquellas lecturas junto a los tebeos de superhéroes y los de Roberto Álcazar y Pedrín.

    Yo cometí el sano error, por necesidad, de dormir muchos años junto a mi abuela, mi abuela Fuensanta, analfabeta e insomne, que me contaba las historias. Después de su muerte, descubrí que aquella mujer encogida y con ojos de cuco era Remedios la Bella, de Cien años de soledad. Averigüé que, durante toda mi niñez, había dormido abrazado a un alma en pena que emanaba literatura en cada gesto, con cada palabra, retirados los dos, en un cuarto enorme de una casa de sonámbulos en La Corredera.

    Ahora sé además que la literatura iba calando al margen de esa vida poco próspera, más afín a la olla podrida, a aquel almacén de UDACO y a una lonja que cada sábado arramblaba con regueros de sal gorda y cajas de madera hinchada, en tromba, hasta el callejón de la plaza.

    Mi padre murió con cincuenta y seis años, y con él murieron también demasiadas cosas. Y, más que nunca, en este momento, soy consciente de que empecé a escribir un libro en algún rincón de la infancia y quizá yo sea más lo que he leído que lo que en verdad he vivido.

    A esta misma casa llegaba un señor a mitad de la semana con gallinas desplumadas, que me miraba con ojos de abuelo, y que me reñía por recostarme sobre la alfalfa del Semolica. Una vez me rescató de una acequia. Le llamaban el Quitoli. Me llevaba en su bicicleta por las veredas pobladas de casones y viejas barraquillas y, en más de una ocasión, me ató las cordoneras. Algo cruje dentro de mí y se estremece al pensar que, cuando el Quitoli cavaba en su huerto, me revelaba lo que luego el poeta Seamus Heaney grabó en unos versos: “Mi abuelo maneja la azada como yo clavo la pluma sobre esta hoja en blanco”. Luego indagué en la memoria de los libros y aquel señor que me miraba con ojos de abuelo era Pedro Páramo preguntándome sin querer molestar: “Hijo, ¿dónde están los muertos?”.

    Y la literatura se fue convirtiendo en una forma de vida definitiva, implacable y maldita, sobre todo, cuando, a los diecisiete años, Crimen y castigo, cayó en mis manos y fue como caer en una poza insondable, turbia, sin posibilidad de salvación, pero esa sensación de naufragio fue ya por entonces demasiado adictiva.

    Como el criador de cerdos, mi padre no sabía leer ni escribir, pero sus manos eran mazas con las que logró sacar adelante a toda una familia como hacen tantas otras, con tesón y benditos desaciertos. Luego, con los años, los libros para mí se han convertido en una obsesiva pulsión y me permiten sobrevivir, pese a lo malo y lo bueno de algunas cicatrices que van acortando la piel y doliendo en las entrañas. Y ya me cuesta diferenciar la vida, de la propia literatura.

    En mi casa de sonámbulos, se sentaba una mujer, de la edad de mi abuela, María, sorda, (María, “La Sorda”), militante del Partido Comunista, con licencia para llevar pistola, y que limpiaba los santos y las capillas de toda Orihuela. Mi abuela la ayudaba alguna vez que otra y me sobrecogía la dureza de aquellos rasgos, la brevedad del cuerpo de esa mujer, gibosa, con la mirada perdida, espectral, que se marchaba sin hacer ruido mientras mi hermano y yo, en el escueto patio, jugábamos a indios y vaqueros. Aún estoy buscando su personaje literario … y su lápida.

    En su ensayo Del culto de los libros, Jorge Luis Borges nos revela que “El mundo existe para llegar a un libro”. En esta sentencia sagrada cobra, sin embargo, un sentido herético tanto la declaración de Saramago como la de Jabés; a cada momento que vivimos, vamos escribiendo un libro que es cada uno de nosotros y un dios concedió ese don a todas las religiones: “Uno a uno somos la letra de ese libro incesante que es el Universo”, repite Borges con su prosa de escándalo. Y digo “escándalo” porque la palabra proviene del griego skandalon, que significa: laberinto y trampa mortal para los hombres. Y los recuerdos y la escritura embisten con la misma audacia letal. Cualquier laberinto es escandaloso, como la propia vida, trabada no solo en los riesgos, satisfacciones merecidas y espejismos que van minando las fuerzas poco a poco, sino también en la escritura de lo que somos, como irrevocable lucha del escritor contra la página en blanco.

    La poetisa María Zambrano pasó los últimos meses de su vida aguardando a que cada tarde la luz macilenta de las siete entrara despacio en casa, sombreando esquinas y objetos antiguos. En esa mínima luz, María Zambrano encontró que su experiencia en el exilio, su literatura, las miserias de la posguerra y la muerte de los suyos se reducían a la felicidad sentida y presentida de ese momento insólito: “Morir como un ser natural, sin el ansia de existir”. La vida, su vida, estaba contenida en ese haz efímero de luz. Nada quedaba para María Zambrano, sino ese don sagrado de la claridad oreando la piel arrugada de unas manos vacías. En realidad, no hay más que esos recuerdos en la vida después de todo. Hace tanto que no escribo de puño y letra, y el hecho que hace unos días lo haya hecho para la presentación de “Luz de los escombros”, os lo debo a vosotros. Hace tanto que no escribo de puño y letra.

    Poco antes de su suicidio, en una lastimosa pensión neoyorquina, el poeta cubano Reinaldo Arenas escribía: “Yo soy ese niño –de cara sucia- sin duda inoportuno –que de lejos contempla los carruajes, donde otros niños emiten risas y saltos considerables. Yo soy ese niño desagradable –sin duda inoportuno- de cara redonda y sucia que proyecta el insulto de su cara redonda y sucia”. Reconocía así el poeta cubano en su exilio que solamente importa la vivencia íntima de la infancia y la escritura como liberación, como maldición; y lo que parece un exorcismo al final se convierte en una condena y nos arrastra como los recuerdos que nos escriben.

    Y de todas las experiencias vividas hasta ahora, sin ser tantos los años, la que más retengo con devoción y al mismo tiempo me amenaza cada día es el olor a tabaco y a escamas de pescado en las manos de mi padre cuando me aupaba a ese camión percherón, camino de la lonja, y ese recuerdo, que únicamente me pertenece, es lo que más merece la pena en mi vida, en mi libro por acabar. Echo de menos aquello que fue todo, como volver a leer que: “Aquella mañana, la señora Dalloway decidió comprar flores …”.
Leer más...

Una puerta a Luz de los escombros

En Travelarte nos ofrecen el prólogo que generosamente trazó José Luis Zerón Huguet para mi poemario, Luz de los escombros.

Reseña | Fuente: Travelarte

    Manuel García destaca por su producción narrativa y ensayística, pero apenas se le conoce como poeta. Sin embargo fue en el ámbito de la poesía donde se inició como escritor y obtuvo los primeros reconocimientos: en 1998 ganó el Premio Nacional Creación Joven de poesía de Murcia y algunos de sus poemas han sido publicados en revistas prestigiosas, plaquetas y antologías.

    Su primer poemario nos llega con carácter de singularidad a través de la editorial Germanía bajo el explícito título de Luz de los escombros, que define el carácter binario y paradójico de este universo lírico escindido entre la desolación y la feracidad, la agonía y la emotividad alejada del sentimentalismo, la cuna y la sepultura, lo diurno y lo nocturno, el fuego y la ceniza. Un primer poemario –que no primerizo- bien estructurado y orgánicamente íntegro que conecta con las narraciones y textos en prosa del autor. No existe una clara línea divisoria entre la prosa y el verso de Manuel García: en toda su obra creativa encontramos el mismo imaginario insólito, la misma intensidad, el mismo lenguaje depurado, preciso, intemporal, relacionado con la finitud, la devastación y el sentido más primario de la existencia. En realidad este poemario –como las novelas y cuentos del autor- revela cierto aire de parentesco con narradores singulares e irreductibles como Juan Rulfo, William Faulkner, Juan Carlos Onetti, Malcolm Lowry y Cormac McCarthy.

    La primera de las tres secciones en que se divide el volumen (en realidad un único poema fragmentado que admite una lectura continua) está encabezada por una cita de Carlos Marzal, que sirve de breve manifiesto o declaración de principios:”… me curo de vivir en lo que escribo”. Manuel García concibe la liturgia literaria como una necesidad, como un imperativo taumatúrgico, brote de la verdad, de la propia verdad y desacato contra las convenciones, las reglas y los simulacros de la vida cotidiana. La poesía en este caso es un fiel reflejo del impulso primario, de la necesidad interna que agita extrañamente el espíritu y lo enfrenta a lo inefable. No obstante, la aventura poética no es siempre capaz de explicar el mundo en toda su complejidad y riqueza, así lo reconoce el autor en el primer fragmento del libro: Este poema resurge/ por indelebles espacios,/ es inconsistente/aunque defina cuántos vástagos de la vid/ son arrastrados por las aguas.// Esta escritura indaga aquí y ahora (…)”. La disponibilidad abierta del poeta, su situación al borde de lo irreal, choca irremediablemente con la carencia del lenguaje para alcanzar esos mundos dinámicos e ingobernables que esconde la apariencia. Las palabras nombran los prodigios tenebrosos o lumínicos que acompañan a la experiencia más cotidiana y humilde pero no logran explicarlos; y esta lucha con el verbo en tiempos indigentes tan sobrecargados de ansiedades y premoniciones, renueva el contacto con la memoria. La búsqueda de lo instintivo, lo originario y telúrico se convierte en el hilo conductor de estos poemas; todo ello en un ambiente fantasmal hecho de lugares poco acogedores y escenarios inhóspitos.

    El lenguaje de este poemario es unas veces sentencioso –casi profético-, otras interrogativo: “La ardiente zarza se fundió con la niebla/cuando escribiste –el dolor no tiene raíces-“. “La escritura dura lo que la fiebre”. “Emergerá del pozo la osamenta,/ahora o entonces/ y la yegua esperará cualquier presencia/ que le recuerde al amo, aunque el fuego/alcance los túmulos del estiércol/donde pacientemente ramonea”. “No habrá fiebre ni comida para los bueyes”. “Si todo crepúsculo es sangre,/ en ningún lugar/ extasía la vida más que en estos deshechos” “¿Qué quedará después de la brumosa bocana?”. “¿Cuántos recuerdos esconden/los ojos vacíos de un cadáver?”

   La voz poética se escinde, se fragmenta en otras voces que irrumpen sorpresivas en el discurso. Al lenguaje certero, clarividente, le sigue una errática perplejidad, una oscura incertidumbre ante el carácter monstruoso, terrorífico de la naturaleza incontrolada: “Somos errantes y los errantes”. La lucidez extrema deviene del caos, de lo pavoroso no domesticado, si nos atenemos a las indagaciones realizadas por Edmond Burke en torno a las pasiones (estéticas) desplegadas que él cobija bajo lo sublime.

    En Luz de los escombros hay una lucha entre el aquí y ahora y los acontecimientos del pasado: la escritura trata de abarcar la vastedad del mundo circundante al mismo tiempo que establece un diálogo con la herencia (léase el magnífico poema que el autor dedica a su difunto padre –todo el libro está dedicado a su memoria-, donde el dolor supura y entona un canto enternecedor).

    El anclaje paradójico, el origen irracionalista o visionario, los presupuestos asociativos, así como un sugerente hermetismo acercan este poemario no solo a los narradores anteriormente citados, sino también a poetas como Trakl, Edmond Jabés, Seamus Heaney, Manuel Álvarez Ortega, Rosalía de Castro, Sylvia Plath, Antonio Gamoneda, y Paul Celan. Por otra parte, también encontramos en estos poemas un lenguaje deudor de las imágenes surrealistas con sus asociaciones insólitas. Pero he de precisar que, aunque son posibles las comparaciones, hay en la poesía de Manuel García un tono peculiar, un trasfondo de experiencia original y exclusiva que dice de la sinceridad y profundidad de su voz. Su obsesión por lo caduco, por la podredumbre y lo calcinado, revela una carencia: la búsqueda infructuosa de lo unitario generador, del religare y la imposibilidad de decirlo todo. El paisaje creado por el autor, con sus fulgores oníricos, sus bestiarios sobrecogedores, sus zonas de oscuridad y desahucio, representa una región fronteriza de las aspiraciones humanas, umbral de las grandes incertidumbres, los espejismos y los mitos. En este espacio crepuscular donde lo caduco exhibe sus abismos y la disipación es acontecimiento, el autor nos recuerda que el mundo es fascinante en su continua renovación, y que la poesía, pese a sus limitaciones, es la forma más ardiente de la vida, capaz de mirar bajo la ceniza y habitar el barro y los escombros

    En luz de los escombros hay una belleza en estado salvaje que revela el trasfondo tenebroso o esplendente que alienta en el acontecimiento más humilde o prodigioso.

   La escritura poética, con su congénita inestabilidad, nunca podrá expresar con plenitud la experiencia interior del autor, pero sí dar cuenta de su gran perplejidad. ”Todo sueño es una huida inescrutable,/ no una rara ave que nos relumbrase”. La poesía de Manuel García, tan atenta a lo que nace y fenece, tan dotada para las asociaciones imprevistas, tan elocuente, pero despojada de oropeles, no admite afectos ambiguos porque no se complace en la materia de lo escrito y persiste en la constancia de la fiebre sin paroxismos ni timbales retóricos. Su misteriosa belleza proviene de la profundidad del pozo, pero la hallamos en las encrucijadas, allí donde solo es posible la apertura.


José Luis Zerón Huguet
Leer más...

Vaciando el aire de las caracolas

Leer más...

viernes, 13 de diciembre de 2013

Amo a Rorschach

    Este personaje de Alan Moore ha sido determinante para muchos de mis relatos. Su perturbación, su ávida justicia moral, su infancia desgraciada y su estética contribuyen a dotar a este lunático de un realismo significativo.

Leer más...

jueves, 12 de diciembre de 2013

La poesía de Marta Sanz

Mi reseña en Milinviernos sobre Vintage, de Marta Sanz. Bartleby Editores.

   Los versos de Marta Sanz comprenden el regreso a la infancia como un espacio de incertidumbre, en el que se generan todas las posibilidades del lenguaje. Ese regreso implica tomar conciencia de la intensidad emocional de un tiempo que se vivió y que retorna a nosotros como un crisol de experiencias significativas.

    El lenguaje de la poesía transforma el flujo del pasado en una experiencia vivida de forma diferente. La sustancia de la poesía no es la sustancia del recuerdo, sino lo que queda oculto tras la pupila, tras las propias palabras que luchan por expresar lo inexpresable: “Se tuercen/ las rayas de la mano. / La memoria, / los aires felices,/ los gestos de la ternura, / la sal y la playa,/ no representan ya/ ningún consuelo” (pág. 75).

    No cabe duda que, en el caso de Vintage, la poesía es una forma de aproximarse a la emoción primigenia de las cosas elementales. La forma no es la prioridad, sino lo que esconde la forma, que es la última vivencia que se aloja en el rescoldo de la palabra y que reproduce la autora en algunos fragmentos en prosa como es el caso de la muerte del padre o lo que atraen a nuestra memoria las fotos cuando se contemplan detenidamente.

    Lo efímero, aunque parezca una contradicción, es la autenticidad de lo vivido, de todo aquello que nos sucede en nuestra cotidiana y común existencia y que regresa a nosotros de otra forma, cuando la poesía evoca aquello que nos cautivó por la dureza de sus magnitudes; de este modo, lo que parece ido, lo que ya está ausente, al recordarlo, se convierte en una presencia tangible, esperada y profunda. Su significancia es la diferencia, lo que apenas guarda algo aún con el pasado y, por esta razón, la poesía de Vintage traspasa lo predecible y crea otra realidad que confundimos con nuestra propia experiencia en algún tiempo remoto y oculto: “El niño pálido/ pasa el dedo/ por el polvo/ del secreter. / Escribe su nombre/y la reencarnación/de todas las mariposas. / Es para siempre” (pág. 10). Lo que indaga Marta Sanz es esa controversia que supone la propia existencia, llena de matices, de sinsentidos, de cuestionamientos acerca del futuro. Destaco en la poesía de Vintage esa heterodoxia de registros y de símbolos para denotar la crudeza de la soledad y el éxtasis del descubrimiento de nuestra decadencia. Porque el tiempo pasa y lo que el lenguaje de la poesía recupera no se puede re-vivir, salvo desde la lectura de esos destrozos abandonados que quedan después del naufragio: “La maleta/ con la ropa/ inadecuada :/ botas de lluvia,/ camisón./ Mucho tabaco./ Dónde guarda su dinero./Y los líquidos/ dentro de su bolsita/ de plástico transparente./ Y el trasiego de sustancias/ beneficiosas/ para la salud” (pág. 47).

    Ser animal también es ser todo y alejarse, como si la realidad fuera en sí misma una realidad perdida, acabada, agotada en su propia vorágine y la autora necesitara mudar de piel para dejar constancia que ella ha transcurrido por la vida, que ella se ha vivificado en la pleamar de las percepciones donde la ilusión ha convertido la imagen en palabra, en un testimonio abocado a un regreso constante hacia la memoria del lector: “El camino perdido/ entre la hierba./ La senda oculta/ de la primera vez/ que un animal/ marcó su pisada” (pág. 88).
Leer más...

Mandela

¿Hay peligro de convertir la reivindicación en un objeto de consumo?


Mi reflexión en Mundiario sobre la muerte de Nelson Mandela.


    No me gustan los funerales televisados. Muchos políticos que apoyan las cercas y los aceros en el Norte de África rinden tributo a Mandela. Es la carnavalización de la que escribió Batjin a propósito de la prosa de Dostoievski. La carnavalización permitirá que Mandela se convierta en un icono comercial, en una pegatina, en un tatoo, en una cita que algún político, con yate en Saint Tropez, pronuncie en su debate de investidura, en una calcomanía donde las jóvenes generaciones no vean otra cosa que un símbolo de protesta edulcorada. Como una canción de Bustamante. Me temo lo peor en unos meses. Como una camiseta del Che.

      No me gustan los funerales televisados.

    He leído twitters que llaman a Mandela “terrorista”. Otros lo reivindican como un ejemplo moral indiscutible. Algunos concejales con causas en los juzgados hablan de “Madiba” en las teles locales.

  Mandela logró que las etnias sudafricanas adoptaran un modelo social, amparado por el capitalismo internacional, sin el esclavismo del imperio británico. Pero con su consentimiento. Mandela entendió las consecuencias fatídicas de las revueltas. Su revolución no fue el desquiciamiento de Zimbawe. El país no se arruinó y, en la transición, pesó más la reivindicación política que la étnica. Y eso para mí es muy importante.

    Estos políticos que han ensalzado a Mandela, deberían pedir perdón por fin. Yo pido perdón a Mandela por los abusos y las muertes del capitalismo. Reconozco los progresos y las mejoras de ese sistema, pero también las ruindades y las muertes de su expansión. Por esa razón, es hora de reconocer que, al acatar las ventajas de las políticas capitalistas, también reconocemos su capacidad para el expolio, la represión y la desigualdad. Se hizo con el comunismo.

    Miedo me da que Mandela se convierta en un objeto de consumo, en un ídolo más en ese flujo de cantantes, artistas y logotipos para camisetas y franquicias. No me gustan los funerales televisados. Es una forma de vender.
Leer más...

Alien y yo

   Durante muchos años la estética de H. R. GIGER ha alimentado mis escritos y mis pensamientos. Algunas de mis obras recogen ese pensamiento mistérico, donde el dolor, como una experiencia insonora, fetal y primigenia, se expresa en formas monstruosas y alucinantes.

Necronomicón IV, inspiración para el monstruo Alien. H.R.GIGER
Leer más...

martes, 10 de diciembre de 2013

40 Poemas. Miguel Hernández

Antología ilustrada por 38 artistas


Mi reseña en TonosDigital sobre la obra "40 Poemas. Miguel Hernández".
Edición y comentarios de Mariano Abad y José Antonio Torregrosa. 

Retrato | Fuente: © Amparo Climent                 Reseña | Fuente: TonosDigital

“(…) un animal salvaje devoró el corazón del amante.”
Georg Trakl

Toca aquello que no conoces.”
Miles Davis


   Cualquier posibilidad comunicativa remite a realidades poéticas que se fraguan en una imprevisible premeditación de formas de escritura. Intentando inútilmente sondear la vastedad del mundo, o de sus posibles mundos - sus experiencias consumadas, en tantas ocasiones dolorosas- el poeta transgrede por fin los usos ordinarios de todo aquello que es convencionalmente comunicable.

   En el caso de la poesía hernandiana hay un proceso de creación que reinterpreta la insondable contingencia en un primer momento desde la re-escritura de tópicos conceptistas, de mitemas renacentistas, evolucionando hacia rupturas convencionales que en El hombre acecha o en Cancionero y Romancero de ausencias advierten de un creador maduro, adiestrado ya en una técnica compositiva propia, que descubre el don creador de la inefabilidad, su oscuridad y su soledad, el rigor de la depuración formal, la asunción del silencio, sustantivo tras sustantivo, para expresar la indómita sustancia del dolor existencial. Porque la doliente humanidad, devastada por su propia experiencia carcelaria, arrasada por la improbable concesión que la palabra otorga a nombrar con plenitud la angustia instintiva, no es asumible por la escritura, siempre escasa e insuficiente; su mismidad es definitivamente inútil.

    Heredera de la carpeta de antología ilustrada Imagen de su huella (Almansa, I. B. “José Conde García” – Ayuntamiento de Almansa, 1992), esta nueva selección de poemas hernandianos, comentados por Mariano Abad y José Antonio Torregrosa e ilustrados por un total de 38 pintores oriolanos, contribuyen no sólo a profundizar en la puridad mística en la que la escritura hernandiana desembocó en menos de una década desde derroteros heterodoxos, sino también a comprender que toda producción artística representa una arriesgada confrontación personal, flagrante, destructiva, con un mundo de referentes que es improbable denotar en su complejidad.

   El don genesiaco se vincula a una posesiva obstinación por trascender las convenciones comunicativas en cualquier manifestación estética. En este caso, la riqueza expresiva de esta antología que vincula poesía, pintura y ensayo sobresale por identificar las posibilidades ilimitadas de interpretar el mundo, su mistérica eclosión de realidades inéditas con las que el creador restituye sus propias realidades estéticas, con la aceptación de que los límites formales no abastecen la proyección humana y semántica de las creaciones hernandianas.

   Sin duda, el compromiso político de Miguel Hernández determina su activismo y su destino trágico, pero no supera su devota condición de creador, atribulado por la incomprensión social, por un afán enfermizo, pero tan necesario al final de su vida, de contemplación de la muerte como previsible liberación material, eugenésica, recurrente en todos aquellos creadores que describen una evolución sintáctica y plástica tan vertiginosas: Arthur Rimbaud, Reinaldo Arenas, Paul Celan o Jackson Pollock.

   Algunas de las pinturas de esta antología re-componen metáforas esplendentes de una primera etapa hernandiana vocacionalmente ensimismada en la imitación de modelos clásicos y costumbristas (Perito en lunas, El rayo que no cesa), para proceder a poemas con una determinación realista y social (Viento del pueblo) cuya escritura no cesa en sus fulgurantes intermitencias modernistas, en la construcción progresiva de un lenguaje que vacila entre reverberantes sinestesias influidas por generaciones de poetas en ciernes y por un telurismo que, adoleciendo todavía de una mística que en breve rebasará los límites de lo comunicable, incide en una originaria -no original- vertiente expresiva; aún la forma depurada va quedando relegada por la efusividad vital y por el amor impetuoso.

    Porque los textos finales del poeta oriolano profundizan en la asepsia formal como expresión última de la completitud de la vida, significada en su aislamiento, en la pérdida perentoria de todo lo que sensitivamente ama (Cancionero y romancero de ausencias); pero sus palabras, reconoce, aman sobre todo lo sensitivamente desconocido, esto es, la vaciedad o la revelación abismática que hallará después de la muerte.

    La heterogeneidad de estilos pictóricos que interpreta cada uno de los poemas de esta antología subraya la potencia semántica de los sinsentidos del propio lenguaje hernandiano, o sus significados consumados, sus metáforas insistentes, predecibles a lo largo de sus obras, irreverentes en su esencia, o aquellas avenidas desde la traumática realidad estigmatizada de la guerra y la prisión. Lo que queda tras el rastro de aquellas formas visibles del doliente destino son más que palabras a las que la pintura se doblega para, en primer lugar, enriquecer aún más sus posibilidades semánticas y, posteriormente, desafiar sus concreciones conceptuales, sus aparentes significados lingüísticos unívocos.

    Al igual que el poema revoca todo ápice de racionalidad, el lienzo invoca a sus demonios para explorar el impenetrable vacío de lo no-pintado todavía; y la realidad tangible existe ya en el poema, pero como acto de comunicación intangible, abrasado, extinto, y sin embargo inacabable. Por tanto, cada pintura de esta antología irrumpe desde la realidad del poema como un lenguaje presuntamente imprevisto, aunque previsible, meditado, apresado, forjado conscientemente como representación del mundo, que es catalizador de otras realidades cognoscibles, aprehendidas, demostrables, (que ahí permanecen y permanecerán después de la realidad y de los hombres) con el fin de crear nuevas significaciones ontológicas a los versos de Miguel Hernández.

   Ahora cada uno de esos cuarenta poemas es una sintomática representación pictórica, o una representación pictórica inmersa en la esencialidad poética de un texto literario. Porque, tras el don epifánico de la creación, existe la reducción fatalista de saber componer una obra pictórica a partir de la materialidad concreta, escueta, de texturas y cromatismos abigarrados para rendir un tributo a la propia experiencia creativa de quien pinta y de quien escribe; un pintor, un escritor quizá, que han de ser insurgentes, inconstantes, sensitivos más allá de su escritura, más allá de sus formas limitadas.

   El hiperrealismo de Roberto Fernández, de Amalia Navarro, de Eva Ruiz, el neocubismo de Miguel Ángel Cremades, el grafiti de José Manuel Rodríguez y el expresionismo abstracto de Alejandro Pertusa, de Verónica Ruiz, por ejemplo, obedecen a ese arduo trabajo de recomposición figurativa, sinestésica, en ocasiones abstracta, de los textos de Miguel Hernández. Cada pintura de esta carpeta prolonga paradójicamente la significación incompleta de un poema en tanto que desafía la realidad material, infinita, desde las mismas formas expresivas, tan convulsas e inacabadas como la propia rebeldía creadora del escritor ante la inefabilidad de lo que las palabras pueden llegar a significar.

  No obstante, esta antología destaca además por otro proceso hermenéutico de re-interpretación de la poética hernandiana. Cada poema introduce un comentario crítico de los profesores Mariano Abad y José Antonio Torregrosa explicando las características biográficas, contextuales y literarias que gravitan en el propio proceso creativo de los textos, concluyendo en cuatro claves interpretativas de relectura más que necesarias para profundizar en la trascendencia lingüística de la escritura hernandiana como significación de la experiencia poética en sí misma.

   Los comentarios, en primer lugar, estudian la clarividencia simbólica de motivos que el poeta oriolano va introduciendo en sus poemas a lo largo de su breve vida según lecturas e influencias. En segundo lugar, estos análisis no están exentos de aspectos biográficos y sociales que permiten comprender mejor las interpretaciones literarias posibles (lejos de sentimentalismos políticos, en tantas ocasiones descontextualizados), incidiendo en el panteísmo mixtificador de sus claves temáticas, en su reinterpretación de los clásicos y en la derivación hacia nuevos horizontes de simbolización que retoma especialmente de la poética de Juan Ramón Jiménez, de Pablo Neruda, entre otros.

  Además, cada análisis compositivo está elaborado desde la convicción de que los textos hernandianos proceden de la necesaria reelaboración formal de un creador reflexivo, sincero con las exigencias de su don, impelido finalmente a una motivada depuración adjetival, a un conocimiento consciente de que forma y mundo significado son modalidades indisolubles de aprehensión de la realidad sentida a través de la escritura. Por último, estos comentarios críticos esbozan posibles formas de comprender la composición originaria del poema, su evolución formal hasta su definitiva reproducción, esclareciendo los posibles sentidos metafóricos, a veces oscuros, solapados, poliédricos, arraigados en su propia matriz literaria, si bien resarcidos de su realidad vivificada en el mundo de las cosas a pesar de la garra, el barro y la esperanza.
Leer más...